Dejemos que las cosas  fluyan y si acaso el destino está escrito, permitámosle hacernos el amor.

Todavía en pie, sangre viva, un cuchillo de cocina, su propia mano. Así fue encontrado, por su novia, Elliott, aun respirando, en su departamento en Los Angeles.

Los diez años anteriores, Elliott Smith se había dedicado a dejarle al mundo una buena dosis de melodías que mediaban entre el folk rock, el alternativo y el country. En una década en la que el grunge era la cara dominante de una escena rock en auge, ese callado chico oriundo de Omaha, Nebraska, había decidido probar con ritmos distintos y diversos.

En medio de un movimiento musical en el que parecía estarlo dicho todo, Elliott tuvo la gracia de desaprender, de ser auténtico y de jugar con sus influencias y licuarlas con la inventiva propia. El resultado fue nutritivo aunque poco socorrido.

Y es que cuando un artista decide mantenerse escondido y al mismo tiempo nutrirse de las influencias que lo rodean, su obra puede tornarse buena o mala, sí, pero siempre honesta. Con influencias que van  desde Nick Drake, Neil Young, The Kinks y Lou Reed, es curioso que la música de Smith, a pesar de ser más bien digerible y amigable a los oídos, se encuentre tan alejada de tantos escuchas.

En la actualidad aun hay intérpretes que siguen recurriendo al minimalismo y a lírica poética como su forma de vincularse con el público y con quienes gusten de la música de Elliott Smith pudieran llegar a sentirse identificados, tales como Laura Marling, Russian Red y de forma más reciente Jake Bugg.

De los males el menor y si bien Elliott ya no está entre nosotros, su voz resuena y su movimiento sigue vigente hasta nuestros días porque su visión del arte, jamás entendió de modas.

Que fluyan, el destino, los días, los tragos, la melancolía. Existe música atípica, existe el sentimiento, existió Elliott Smith y su música sigue entre nosotros.