Para la pequeña Montserrat. Porque de los retoños se aprende.
I
Cuando te veo no hay misterio, el misterio aquel que rasguña o acaricia cuando no me ves. Desconociéndote, desaprendo lo que eres o redescubro lo que fuiste. Cuando tu mirada se ha ido, me hundo en el orgasmo sórdido de lo inmenso, de lo estéril.
Rotos la prosa y el verso, se cansan mis botas, se rompe mi piel. Somos mentira. No estamos. Somos la perfecta forma de la nada.
Para mí, la rutina siempre ha sido algo ajeno, así que antes de que lo esperara, la aventura mutó en rutina: caos. La belleza del caos fue mutilada en el andar de mis días. Eso lo palpé mientras observaba tu espalda, a lo lejos.
Nunca he pasado más de tres años durmiendo bajo el mismo techo. Cuando cumplí mis once eneros, había pasado más años mudándome de casas de renta que escribiendo cartas navideñas pidiendo regalos. No había escrito otra carta desde entonces.
Y…
De modo que mis recuerdos flotan llevados por la corriente del silencio. Las palabras que no he pronunciado, como tu nombre, son el motor de mi inmovilidad. La abstención fue una venganza que se desarrolló a espaldas. Tu espalda y la mía. Ojalá hubiera tenido el valor para hacerlo de frente. Ojalá lo tuviera ahora. Con mi fobia a lo remoto y mi adicción masoquista, me hundo otra vez en la humedad verde y pantanosa de tus ojos. Alimentándome de nuestra indiferencia. Acaricio los genitales de la lejanía con mis pies. Te veo. Me rompo, me voy, inmóvil.
Estaba dormido cuando llegaste. Lo profundo de mis miedos no me deja abrir los ojos. Lo profundo de tus ojos me inyecta ruido. Tan Dependiente de lo contrario de tu tacto, me abrazo a ello. La única realidad bajo mis párpados.
II
Antes de quedarme mudo, te buscaba en la terraza. Reconocía tu risa desde que pisaba el primer escalón. Pero antes de que terminara mi cigarro y te alcanzara, bajaste tú. Nos habíamos conocido apenas un día antes. Recuerdo que nuestra primera conversación parecía interminable pero fue seducida por lo efímero. Igual que nosotros. Antes me habían acusado por la estética de mis palabras pero por primera vez, era inocente. Inexperto en decir la verdad.
La imagen vívida de tus ojos atentos, descansa bajo mis párpados. Acariciabas mis aforismos y luego los desbaratabas. Tu belleza era incuestionable, no así mis argumentos. Tu sutileza empezó a claudicar y me exigiste la verdad. Yo reduje mi estatura tanto como fue necesario para caber en tus manos y ahí me quedé. Tu ego contra el mío y aun así, vinieron días soleados de cielo azul intenso. Tus manos en las mías, tus piernas reposando en mis muslos y yo jugando con tus pies.
Yo no sabía nadar pero no puse resistencia cuando decidiste arrastrarme al mar. Era demasiado tarde para arrepentimientos cuando decidiste ser mar. Una noche que la luna se rehusó a asomarse, aproveché la ausencia de olas. Me hundí en tu quietud, te descubrí frágil y te alimenté de mí.
III
Recuerdo tolvaneras, recuerdo el aire fresco. Era febrero. Recuerdo que no llevabas blusa bajo el suéter rosa, tus uñas siguen en mis entrañas. Siguen siendo las nueve de la noche, sigo sentado en el sillón de la estancia de tu casa. Sigues haciéndome preguntas sin respuesta. La moralina estorbaba pero no tanto como la distancia entre tu boca y mis sueños. Tu traición te carcomía porque implicaba algo más que tu cuerpo. Mi victoria rota cobraba vida.
Abría los ojos otra vez y me encontraba con tu mirada perdida. Aquello no era más un juego. Cuando noté el fuego, no imaginé que su origen era el averno, así que le regalé mi alma. Lo hubiera hecho de cualquier modo. Tus dientes soltaron mi labio para pedirme que me fuera. Habíamos probado una droga poderosa. Fumé, aspiré y tragué. Estaba loco, lo estuve todo el tiempo. Me fui y no me hizo falta dormir esa noche.
Desde entonces, se borró la frontera entre la resaca y el viaje. Víspera o resaca. Da lo mismo. Soy adicto.
IV
Lo que más me gusta de la música es su capacidad de transportarme a diversos escenarios. Azules o dorados, otras veces oscuros. Entre carcajadas o sordidez, quietud o caos, todo es arte, todo es música y en todos esos escenarios me alcanzas tú. No sé hace cuánto tiempo que me resigné a dejar de huir.
Un día despertaste agitada. Supongo que la noche anterior la luna se había burlado del mar. Decidiste que era momento de dejar de fingir que creías en mis historias. Yo tampoco había dormido bien la noche anterior. El infierno es más antiguo que la Tierra, hubo infierno antes que edén. Sin paraíso, me dejé llevar al vacío más profundo. El fuego me fue familiar.
Lo único más profundo que la somnolencia es el insomnio. Las verdaderas pesadillas escapan de la piel onírica y se invocan -a voluntad o no- con los ojos siempre abiertos, siempre exhaustos o sedientos. Cuando el insomnio se sabe invencible, adquiere la cualidad del tiempo: no se apresura ni se detiene.
Desperté a la orilla de alguna carretera. Pasé no sé cuántas noches caminando. Ya no estaba el mar, ni mis pasos, ni yo. Bajo el cielo gris, se borró la frontera entre el día y la noche.
V
Enmudecida de ira o vacío, me soltaste. Estaba roto antes de caer. Mutado a miniatura, mis yemas apenas lograban rozar tus pies, pero mi voz no te alcanzó. Entonces descubrí que lo único más fuerte que un grito, es el silencio. Me callé las bravías olas y me callé tus manos. Encerré tu risa y me comí tu luz. Succioné tus pasos hasta los huesos, caminé sobre tus pies. Fui lo que no soy y fui nada también. Fuiste la misma en muchos acordes. Metáfora y eufemismo a la misma vez.
No me importó el camino minado que ibas dejando al pasar, no me importó la ruta. No me importó el mundo, ni yo ni nada. Todo dejó de ser, menos tú.
La flor también fue real, la luz que me robó la vista o deshizo la mirada. Si algo se está pudriendo, está vivo.
VI
La palabra final será escrita por sí misma, no habrán de parpadear tus ojos ni los míos mientras esto suceda. No hay premoniciones de muerte para lo que nace sin presagios: de ahí la sutil belleza del azar.
La aguja sigue encima y el disco sigue girando. No dejo de cantar el mismo viejo blues.
El destino o el azar me han tenido siempre sin cuidado. Creo en lo que está aquí, creo en lo que respiro, en lo que palpita en mi pecho, y, aunque no lo supieras, estás aquí. El 7 de agosto sigue siendo más importante o más intenso que el 11 de enero para mí.
VII
En siete capítulos, he tratado de hacer que quepan siete años. Siete años de andar y descubrir. He perdido la cuenta de las veces que he hecho el ejercicio de ignorarte, de tratar de que te quedes atrás. Siete años después, te veo sin importar si mis ojos están abiertos o cerrados. Hoy decido ser un sinvergüenza y enfrentarme a ti, que eres el más grande de mis miedos.
Ignoro si te importe o no. Tal vez ignoro quién seas hoy, pero si hay algo certero y real en mi vida, es el saber quién has sido y eres para mí. Ahí está la justificación a mi atrevimiento de escribirte esta inusual carta: creo que si eres capaz de provocar en mí ésta vorágine de sentimientos, lo menos que te debo es hacértelo saber y lo menos que me debo es al fin decírtelo.
La narrativa poética y la metáfora de los seis capítulos anteriores, es un tributo a los más de 200 poemas que me inspiraste a escribir y que fueron construidos bajo ese estilo. Te cuento que llegó un momento, hace unos cinco años, en que te extrañaba tanto y estaba tan triste que nació en mí la necesidad de plasmar o sacar de alguna manera, el mar de sentimientos que traía revueltos por ti, el mar abierto que siempre has sido para mí.
Llegó otro momento, quiero decirte, en que tú misma fuiste la causa de que me alejara del ejercicio de la poesía. Eso lo hice como un último intento por olvidarte. Otra vez fue inútil.
Algunos de esos poemas nacían de las ocasiones en que llegaba a coincidir contigo, cuando ibas a comer en alguna de tantas sucursales de la franquicia de donde soy administrador, y que como es costumbre, fingía no verte mientras que luchaba para mantener el control, para que mi corazón no se saliera de su lugar. El resto de los poemas, la mayoría, venían de mis recuerdos de ti y de mi sentir constante. De mi sentir indomable.
No solo han sido poemas, desde niño he tenido esa hermosa necesidad de escuchar música a raudales, en cantidades enormes, pues. El caso es que desde que te descubrí, desde la primera vez que cruzamos nuestras miradas, me di cuenta de la razón de ser de la música: acompañar al ser humano en su capacidad de experimentar todo tipo de sentimientos, de conectarlos a la consciencia o alejarlos del mundo; fungir como un espejo del ser humano en sus historias y andares; revelar su esencia, todo a través de la ejecución de sonidos que la mente, el cuerpo, el alma y el espíritu reconocen y reaccionan ante ellos.
Tú eres música: mi ser te reconoce en todos sus niveles.
De modo que, tengo un caudal de álbumes musicales completos, que se vinculan contigo. El álbum Vagabundo de Robi Draco Rosa es uno de los discos más tristes, bellos e intensos que he escuchado y en cada uno de sus temas, se cuenta una historia que llegué a vivir contigo en el brevísimo tiempo que logré estar cerca tuyo. En otras canciones, se reflejan sentimientos emanados de tu ausencia. Ese disco lo siento tan mío como lo que siento por ti.
Discos y canciones con tu nombre entre líneas hay muchos, que parecen hechos por mí para ti: El Bold as Love de Jimi Hendrix, American Stars N’ Bars de Neil Young, Babel de Santa Sabina, Either/Or de Elliott Smith, Siempre es Hoy de Gustavo Cerati, Dynamo de Soda Stereo, Disintegration de The Cure, Abre, de Fito Páez, el White Album de los Beatles y (¡Ay!) el Blood on the Tracks de Bob Dylan, son los más importantes, aunque la lista es todavía más extensa. Es / todavía.
¿Quién me creo para aparecerme así, sin más y hacerte leer estas cosas? No me creo nada más allá de lo que soy: un hombre con una locura que lleva tu nombre, alguien que busca su paz y a quien le ha pesado el tiempo de fingir que no pasa nada. He escrito esto los últimos días, pero la verdad, es que ésta carta lleva siete años escribiéndose sola. ¿Necedad o capricho de no dejar de pensarte? A lo mejor no soy el tipo más brillante del mundo, pero de eso a ser estúpido, no tanto. Me considero un hombre consciente y en sus cabales, racional, flexible, abierto, pero también determinado.
Adri, si lo reflexionamos al menos un poco, me parece mucho tiempo para un simple capricho. Nunca he tenido problemas para manejar el rechazo y a estas alturas, no tengo nada que demostrarme en ese aspecto. Me conociste cuando yo tenía 19 años y tú, 17. Claro que muchas cosas han cambiado. Ese papelito de mozalbete galán que me jactaba de lucir entonces, ahora no es más que un juego de niños para mí, es algo que hoy me queda chico. Ahora mi prioridad es una: la estabilidad, en todos los sentidos.
Dije que han cambiado muchas cosas y aunque la experiencia de ti me dejó mucha tristeza, me dejó también sensibilidad y conciencia, el descubrimiento de la capacidad de poder sentir cosas tan maravillosas por alguien.
Puede ser que estés preguntándote por qué te percibo así, si aquello pasó hace tanto y alcanzamos a tratarnos tan poco y el tiempo nos ha convertido en extraños otra vez. Yo mismo me lo he preguntado, pero al final, lo que siento nace de forma natural. Es como si algo dentro de mí te reconociera, va más allá de una atracción física. Más allá de tus ojazos, de tu sonrisa perfecta, de los hoyuelos que se forman en tus mejillas cuando sonríes o de tu mirada intensa.
Alguna vez llegué a querer a alguien más, por supuesto, y aun así no podía evitar mi reacción interna si volvía a verte o si el demonio del recuerdo me susurraba tu nombre al oído.
¿Qué puedo hacer?
Pasó el tiempo y empecé a buscar orden y desarrollo integral: encontré un modo de ganarme la vida de una forma satisfactoria. Alcancé mi independencia. He sido individualista, pero mi hedonismo me ha acercado a mi gente, amigos (pocos) que he adoptado como hermanos. Misma marea de hedonismo que me llevó a ti, que me alejó de ti y que ahora, me trae de vuelta.
Hay hombres que juegan fútbol o se apasionan por los coches, a mí me gustan los carros sin demasiados adornos y me apasiona lo cultural. De modo que me he hecho de mis hobbies. Fui locutor, editor, escritor (según yo), asistente de producción y hasta volví a agarrar la guitarra, para luego formar una banda de covers. Por salud, he dividido el repertorio en dos: las canciones que me recuerdan a ti y las que no. A merced de mi estado de ánimo o de los caprichos del público de los bares, donde luego nos presentamos a cambio de dos cartones de cerveza y dos mil pesos, que luego invertimos en equipo de sonido.
Un buen día se metió en mi cabeza, algo que no sé si es idea u ocurrencia: hay una canción de Fito que habla de la capital de Cuba. Su forma de describir aquella ciudad, retrata el misticismo que la envuelve, y refleja también la peculiaridad de ser vista a través de los ojos de Fito Páez. Habana, del disco Abre. He cambiado solo el título (o la palabra Habana) y tal parece que el espíritu de todas las cosas, la esencia, persiste o es un reflejo:
Adriana, a tus pies
No sabría cómo amarte de otra forma
Adriana, a tus pies
Pasa el tiempo y tu recuerdo no se borra
Adriana, tu piel, oh, Adriana, tu piel
Adriana de pie
Tanto odio, tanto amor y tantas cosas
Adriana de pie
Sólo quiero naufragar hacia tus costas
Adriana, ¿por qué?
Adriana, ¿por qué?
Adriana, ¿por qué?
Tu perfume tan extraño me apasiona
Adriana, ¿por qué?
Entre el tango, el son y el mambo me devoras
Adriana, tu piel
Adriana, tu piel
Adriana, yo sé
No podría yo jamás dejarte sola
Adriana, doy fe
Tu carruaje de delirios me enamora
Adriana, ¿por qué?
Uh, Adriana, ¿por qué?
Oh, la locura de los que se perdieron en el mar
Las vidas rotas por la sangre aquí y allá
No necesito de nada hoy,
Solo embriagarme en tu ron
Y así perder la razón
Y abrazarte una noche más
Uh, las serpientes al final, la inmensidad
La terrible y poderosa soledad que se adueña del mundo
Si no elegimos vivir
Yo querría morir
Morir por Adriana
Adriana a tus pies
No sabría cómo amarte de otra forma
Adriana a tus pies. Adriana, tus pies
Pasa el tiempo y tu recuerdo no se borra
Tanto odio, tanto amor y tantas cosas
Sólo quiero naufragar
Sólo quiero naufragar
Entre el tango, el son y el mambo
(Entre el tango, el son y el mambo)
Me devoras
Adriana, tu piel,
Tu carruaje de delirios me enamora
(¡Cantinero!)
Entre el tango, el son y el mambo
Tu carruaje de delirios me enamora
Tanto odio, tanto amor y tantas cosas
Adriana, tu piel
¡Adriana de pie!
Jamás me he atrevido a tocarla en vivo. Existe una versión grabada que no permití que mis compañeros de banda colgaran en la red. En ocasiones la ensayamos, pero siempre invento algún pretexto para no tocarla en vivo. “Me gusta para mero ejercicio de adaptación, amigos”. Les digo.
Hasta ahí todo muy bien, con todo y las broncas o altibajos que trae aparejados la vida misma. Sin embargo me falta algo, tengo una cuenta pendiente, la más importante de todas y eres tú, Adri.
Si a estas alturas te sigue sonando absurdo lo que te confieso, te invito a hacer una analogía: te percibo de forma idéntica en la que profeso mi amor por la vida, por mi gente, por mi música o mis textos. Hasta por mi carrera gerencial, caray.
Simplemente sucede, te quise desde la primera vez que te vi. Supe que serías algo importante en mi vida desde que le pedí a Lorena que nos presentara. Mucho tiempo sufrí de pavor de confesártelo, ahora mi miedo es que lo sigas ignorando.
Eres mucho más que un poema o que una canción. Eres música o poesía, eres los sueños que persigo y la realidad que vivo.
Gracias eternas. Gracias porque voluntaria o involuntariamente despertaste en mí, cosas tan bellas. Tu luz iluminó tanto, que encendió la mía.
Me gusta lo alternativo, lo diferente, lo que sigue su propio curso y su libertad sin tomar demasiado en cuenta lo establecido. Me gusta lo intenso. Esto es lo que me pasa contigo: sin importar el por qué, te siento y te percibo de forma distinta, pura, no común, única. Maravilloso, el real sentido de la vida.
No te asustes, no estoy obsesionado contigo, ni te asecho ni me da por indagar en aspectos de tu vida personal, ni pregunto cosas de ti con ex compañeros o conocidos en común. No, esto es algo real y hermoso que visualizo con templanza y serenidad.
Si te preguntas qué carajos pretendo con esto, la respuesta es simple: enterarte de quién eres para éste sujeto que te escribe, te siente y te piensa. Además, (mentiría si lo negara y sería hipócrita si lo omitiera), busco recuperar al menos el saludo entre nosotros. Fumar la pipa de la paz y, por supuesto, si tú así lo quisieras, conseguir la oportunidad de tener una charla en persona y decirte esto viéndote a los ojos.
¿Para qué?
Es obvio que me interesa saber qué es lo que piensas al respecto, o si acaso tienes algo que decirme. Si no te interesa, si hay alguien más o simplemente no es tu voluntad tener contacto o conversación alguna conmigo, simplemente házmelo saber y yo sabré entenderlo. Así, esta carta podrá surtir alguno de dos efectos: el de representar el chance de volver a conocerte y que me permitas jugar mis cartas y con un poco de suerte, ganar; o bien, el de aceptar una negativa rotunda y en ese caso, retirarme en paz, considerando este texto como la puerta que cierra un ciclo del que fuiste protagonista y ahora sí, habiendo hecho valer este medio de comunicación contigo, darme a la tarea olvidar, crecer y dejar ir.
Te imprimo el corazón desnudo, el sentir descalzo. Caminaré por asfalto ardiente. La respuesta y mi porvenir, están como siempre y por última vez en tus manos.
Pase lo que pase, no olvides que me has regalado un viaje maravilloso, el viaje de mi vida.
Gracias, Adriana.
P.D. Este viernes me presento con mi banda en el bar de Avenida Carreón y calle Magdalena Mondragón. He convencido a mis compañeros de preparar el tema. Del público asistente dependerá si la canción lleva el nombre de Ciudad o de Mar.
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