UNO
El mundo es redondo como redondo es todo círculo. Redondo el vicio, redondo el camino a ninguna parte. Redondos sueños de redondas fronteras invisibles. Círculo familiar, círculo kármico. Círculo Dantesco. El primer círculo social es el primer karma que se manifiesta. El espectro primigenio de todo eco del ego. Yo. Siempre. Yo. Nadie. El enemigo primero suele ser también el último. Clavado en mis ojos. Estoy. Desaparezco. Circular recurrencia. Cuando los pilares de la voluntad son amputados, el alma se arrastra. Porque el alma, igual que el tiempo, contiene en su naturaleza la antítesis de detenerse. Fluencia por antonomasia. Más vale reconocer las fronteras transparentes. Aunque se pudra, el caótico festín se sigue llamando Vida.
La infancia y la natural inocencia. Siete añitos y dientes de leche. Lo acontecido no pesa tanto como las omisiones. No hay a quien llamar papá, y mami siempre hundida en sus propios ojos. Siempre bellos y expresivos. Perfectamente maquillados. Maquillado el vínculo, rebasado por el parentesco. Un barrio de clase media baja en donde estamos todos contra todos. Ninguna competencia más dura que la que se vive en casa. Dos habitaciones, una abuela conservadora, una madre alcohólica y adicta a las pastillas, un tío joven buscando el éxito profesional. Otro tío. Mucho más incómodo y un poco más entrado en años. Visitas infernales. Un niño. Nadie. Se ignoran sus oídos y sus ojos también. Su voz, opacada. Su boca se abre solo al salir de casa.
“Cuidado con el hijo de Yadira”, decían las otras jefas a los otros morros. Un hijo de la chingada. Yadira hace pedo por todo. Dicen que fue Mauro el que se subió al camión de Don Timo. Agarró casi cien pesos. “Pinchi Mau”, decían los compillas. Casi cien varos sí eran una feria a mediados de los noventa. Y más para un huerco que no pasaba de los ocho años. Me gasté casi todo jugando maquinitas. Acabé el King Of Fighters. El Kina Fairer, le decíamos a esa madre. Me chingué a los más macizos del barrio. Dos tres de esos weyes ya estaban en la secundaria. Unos en la Ocho y otros en la ETI Uno. Los de la Ocho se sentían más brinsas porque ya le empezaban a poner al chemo. Yo recién había descubierto que una de las razones de mi existencia eran las puñetas. El Vicente ya le andaba pegando a los doce años. Era mi carnal. Es mi carnal. Lo sigue siendo gracias a la distancia. Vive muy lejos de Torreón. Ahora está en San Luis con su ruca y su morrilla. Me malicio que es feliz. Cuando menos se la ve más chida que cuando vivíamos en La Meche. El Vicente fue el que me dio el consejo:
─Tú te quedas con la feria. No hay pedo. El otro día yo le di baje a un camión de por casa de mi abuela. Allá en Chapala hay más malandros que aquí. Nadie se da color que fui yo, hijo. Nomás no les vayas a andar pichando chingadera y media a estos weyes porque te van a torcer en corto. Y son culeros. Tú y yo somos macizos ─ Sentenció mi hommie.
Eran dos chiflidos breves. Yo sabía que era Vicente y salía hecho madres. Fuga mi Mau pa’ acá, fuga mi Mau pa’ allá. Ese wey me enseñó a darle a la rila de dos llantas. Me enseñó a darme un tiro. Fardeábamos en la soriana. Le robábamos cigarros a su tía la Chivis. La ñora era puta de la Morelos. Le entró a ese bisne cuando metieron a su esposo al CERESO y por lo mismo tenía que cantonear con la jefa de mi compa. Dice Vicente que la torcida fue porque asaltaron un tráiler. El papá de Vicente estaba implicado. De hecho había sido su idea. Los dos viejos estaban clavadotes y ni pa’ cuando pisar calle. Buena la hicieron. La Chivis siempre llegaba pedota. No se daba cuenta si le faltaban tres o cuatro tabacos. O chance uno dos billetes de veinte o de a diez. De esos verdes que traían a Emiliano Zapata. Esas madres nos hacían sentir poderosos.
DOS
Un niño problema siempre es un niño problema. No un adulto problema. Tiene que ser un niño con pelos para que el problema sea la más incendiaria catarsis de la destrucción. Ya tenía como diez años sin ver al Vicente. Siempre dijimos que lo nuestro iban a ser los tabacos y nada más. Nunca le atoraríamos a la maciza. Íbamos a dejar de robar. Yo no iba a pistear nunca. Esa noche estaba en la terraza de uno de esos depas antiguos de por la Comonfort. Algún cotorreo con raza de la universidad. A mí siempre me gustaron las cumbias de Apache. Lagunero a fin de cuentas. Aunque ya entrada la noche, cuando ya casi a nadie le importaba, a huevo me adueñaba de la música. Luego me apartaba de la banda. Iba y ponía algo de Mad Season o de Frusciante o Iggy Pop o Bowie. “Down, oh down. Down, oh down”. Entonces vi a un vato. Flaco, lánguido. Pelo lamido. Larguirucho. Lentes de armazón grueso y de pinta seria. No mames que ese es mi Vicente. Estaba a punto de levantarme a abrazarlo cuando recordé que vivía en San Luis. Creo que me traicionó la mota. Tal vez es que llevo más cheves de las que debería. Qué importa. ¿Qué pensaría Vicente si me viera así? Ese wey siempre fue tenaz. Seguro ya se compró carro y tiene un buen jale. El reencuentro fue casi año y medio después. Nos abrazamos, a él se le salieron algunas lágrimas y a mi nada más se me aguadaron los ojos. Fuimos por cerveza. Me confesó con algo de pena que llevaba un tiempo poniéndole a la soda. Nos fumamos tres o cuatro porros. Nunca nos juramos amistad eterna. Juramos no perdernos en el camino. Ahí estábamos, perdidos pero sostenidos de nuestro carnalismo. Palabra de Junkie. Te inhalamos, Señor.
…Continuará
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