Perdí la noción del tiempo. Todo en mi hogar estaba fuera de su lugar, desordenado y sucio. Los sofás estaban apilados en la puerta trasera, a manera de barricada, el más pequeño sólo yacía en el suelo, junto con la mesita de centro, dividida en tres pedazos. Los cuadros con las fotografías estaban salpicados sobre el suelo, la lámpara de cerámica que utilizaba para la lectura, en mil pedazos bajo mis manos insensibles pero ensangrentadas. No hay servicio eléctrico, tampoco de teléfono, en realidad no cuento con ningún servicio, los cortaron desde la tercera semana después de lo sucedido. El polvo se había comenzado a expandir sobre el reino de cristal de mis ventanas, eran cristales hermosos. ¡Unas ventanas que se perfumaron de la belleza y perfección familiar! ¡La inocencia adjudicada a la risa tímida de una niña de diez años que juega tranquilamente con sus muñecas! ¡La pasión de dos amantes que intentan salir adelante en cualquier ámbito! ¡Dos enamorados con muchas cosas en común pero un motivo para vivir, amor!… Miré la ventana fijamente, no sólo vi la tierra acumulada y las heces de las moscas que ahora yacen descuartizadas en la ventana, ¡Vi su mirada! ¡Escuché su grito agónico!
─¡BASTA!
Mi grito sólo consiguió alterar su dolor, la ventana había perdido transparencia, ahora era sólo, mugre, sangre, mierda de insecto y dolor. ¡Dolor y remordimiento!
─¡POR FAVOR!
Puesto que las palabras a todo pulmón eran inútiles, lancé una mirada que exigía conmiseración, sin resultados. Pasé de tristeza profunda a una depresión tangible, tanto visual como atmosféricamente. Sentí cómo la cara se me enrojeció, ardiente de ira. No había puentes lógicos entre mis cambios bruscos de sentimientos, de estar rogando sobre mis rodillas a estar completamente decidido, con puños en mano me puse de pie con gran ímpetu y convicción…
Di un martillazo al suelo de madera de mi estudio, las dos tablas de madera a las que atiné se levantaron de una esquina, de la cual traté de jalar, tenía las uñas tan largas que la del dedo índice se desprendió bruscamente, grité de dolor e instintivamente llevé el dedo a mi boca, el sabor metálico de la sangre golpeó con rudeza mis papilas, aún tenía el dolor acumulado, y debía sacarlo, dejarlo caer en algún lado, levanté el martillo y con el saca-clavos di un golpe en la cabeza de ese imbécil, aquél que yacía en medio del estudio, muerto, con un tenedor enterrado en la garganta. A decir verdad, no salpicó tanta sangre por el martillazo. Sin pensarlo, me encontraba arrancándome las uñas con los dientes, necesitaba generar otro tipo de fricción, la que puede otorgar un par de ásperos dedos desnudos, quité la primer tabla y la arrojé hacia el umbral de la puerta, casi al unísono de su aterrizaje, en la pista aérea de mi tímpano aterrizó otro tipo de sonido, incluso un sentimiento, el grito desgarrador de mi pequeña hija. Después de ello, vino el silencio, no total, quedaba en mis oídos (o en mi cerebro) los resquicios de una escena fatal, un zumbido me recordaba todo, ¡Un maldito zumbido que prometía estar en mí por el resto de mis grisáceos días! Mi corazón se detuvo, y mi garganta tragó saliva sin mi autorización, fue un impulso.
De pronto, vi todas las tablas de madera apiladas en la otra habitación, yo estaba de pie y con la respiración exageradamente rápida, incluso llegué a sentir el famoso dolor de caballo, los antebrazos me ardían, era un ardor infernal, cortesía de la madera casi podrida y de los clavos oxidados que yuxtaponían cada una de esas franjas cafés sobre el desnudo asfalto. Un bonche de lágrimas se acumuló en mi garganta, provenía del corazón, esa masa de resentimientos recorrió hasta los ojos y rompí en llanto… Ahora todo tenía lógica, había sufrido otro frenesí. Tenía esos episodios de locura y violencia frenética, después venía un gancho de tristeza extrema. Quité sin cordura todas y cada una de las tablas que estructuraban el suelo de mi estudio. No había tiempo para el momento nostálgico, corrí a la cocina y debajo del fregadero saqué una caja llena de clavos enormes, corrí de vuelta a la sala, tomé la primera tabla y vi de una manera retadora la ventana de la cocina… La tapié. Hice eso con todas las ventanas de mi hogar, si es que debería llamarle así, o simplemente “Casa de la tortura”. Dejé la peor ventana para el final, para poder gozar de mi victoria. La ventana más grande y obscura de todas, la de la sala. Me acerqué y puse la madera encima de ella, posicioné el clavo con la misma mano con la que sostenía el pedazo de materia inorgánica que sellaría la perdición. Golpeé fuertemente, la madera se rompió, y el vidrio era tan frágil por toda la felicidad impregnada, felicidad del pasado, felicidad cubierta de una cortina de mugre finísima. Mi brazo atravesó el cristal, provocando una herida profunda en la espalda de mi palma, me dejé caer al suelo. Maldije la situación, y de una manera casi instantánea, cubrí mi herida con mi calcetín derecho. No importaba que estuviese lleno de mugre, sangre y pus. ¡Era lo único puro en el lugar! Era lo único que me pertenecía, era un intruso en mi propio hogar. Alguien nos manejaba desde el sótano. Quedaban suficientes tablas como para cubrir la ventana completamente e impedir el paso de luz en grandes haces. Y así fue. Último martillazo, y el clavo encajado en el muro, atravesando una esquina del pedazo de madera. Vi con satisfacción mi trabajo, rendiría frutos en los siguientes minutos. Una serie de golpes desenfrenados se dejaron notar en la puerta principal, volteé bruscamente, comencé a imaginar la llegada de un demonio o algo por el estilo, alguien o algo del infierno que venía por lo que era suyo, y al fin me redimiría de mi vida misma, pero a cambio escuché una voz humana, y mi posible esperanza se azotó fría y bruscamente frente a mis pies
─¡Policía! ¡Abra la puerta!
─¡Largo! ─ bramé
Escuché un par de susurros, y después, comenzaron a golpear impetuosamente. El marco de la puerta estaba doblándose hacia el interior
─¡No! ¡Alto!
Corrí hacía la puerta
─¡Nos condenarás a todos! ¡Habrá muerte y caos! ¡Alto! ¡Si sigues ha…!
Justo antes de dejar caer mi peso sobre la gran puerta de madera negra, ésta se abrió violentamente y me golpeó en la cabeza, caí sentado, pero me puse de pie inmediatamente
─¡Ponga las manos donde podamos verla! ─ dijo uno de ellos mientras me apuntaba con un arma de mano
No obedecí, simplemente me quedé pensando en todo lo que se iba a desatar. Habría sangre y semblantes derretidos, huesos por doquier, extremidades humanas tendidas en el asfalto, zapatos en los cables de luz, con los pies dentro. Quizá los dos uniformados que tenía enfrente podrían protegerme
─¡No! ¡No! ¡No fui yo! ¡¡LA CULPA ES DE ESA COSA!!
Señalé al centro de la sala, para ser específicos, una manta roja que yacía en el suelo
─¡No se mueva, señor!
─No fui yo… ¡Ayuda!
Parecía que no me entendían, ¡Gritaba por auxilio! Y eso sólo los tensaba más, ponía más nervioso el ambiente… ¿Y si ellos eran quienes venían por lo que correspondía al infierno? Comencé a caminar en pequeños círculos, ellos me seguían con su pistola apuntando en mi dirección, gritaban, pero ya no les hacía caso, me concentré en mis pensamientos… ¡Sí! ¡Eran ellos! Nadie más podría saber de la situación, me dirigí hacia ellos, estaban sudando
─Los estaba esperando, me alegra que estén aquí
─Señor, no lo repetiré otra vez, ¡Sobre sus rodillas!
─No, no… ¡No es la manera! ¡Aquí está! ¡Vengan! ¡Rápido!
Corrí hacia el centro de la sala, una alegría agónica se pintaba en mi sonrisa chueca, un corazón inseguro y un espíritu pecador… Tres estruendos… Fue lo último que escuché antes de que mis rodillas cayeran sobre el suelo, no sentí dolor, pero sí frustración, vi el suelo dirigirse a mi cara con una rapidez colosal, quise meter las manos para amortiguar la caída, pero mis brazos no reaccionaron. Reboté una vez, me sentí hecho de plástico. Estaba bocabajo contiguo a la manta roja. Podía verla de reojo, pero por más que me esforzaba no podía mover siquiera mi pupila. Se desarrollaba un cosquilleo en mis brazos y mis piernas, no era un cosquilleo simple, era una señal. ¡Mi cerebro estaba ordenando que se movieran y me pusieran de pie! Pero simplemente se quedaba en una señal electroquímica, no había ejecución de la indicación. La comunicación se había perdido en algún sitio
─Hora de la muerte, seis treintaicinco─ dijo una tercera voz
Los dos oficiales y la tercer persona que se acababa de unir, me pusieron bocarriba, quise decir algo, pero ni siquiera sentí las perturbaciones en mis cuerdas vocales, el paramédico se excusó y se retiró, dijo: “La Cruz Roja no se puede llevar un cadáver”… Sentí presión en el pecho, quería gritar que no estaba muerto pero era inútil. Llegó otra persona, un hombre de traje
─¿Qué pasó aquí? ¿Elaboraron el reporte?
─Tuve que disparar jefe, se volvió loco─ dijo un uniformado
El hombre trajeado se acercó a la manta y la recogió, dejando al desnudo ese objeto tan infernal, ¡El causante de todo este pandemónium! ¡La puerta del infierno! ¡Ese maldito palo de golf!
─¿Es el arma homicida?
─Efectivamente, asesinó a su esposa en el baño y a un detective privado en aquella habitación, es una lástima, hace seis semanas lo dieron de alta del hospital mental, el paradero de la niña sigue sin conocerse
Mi espíritu ordenó una risa, pero mi cuerpo ya no respondía, a cambio, la carcajada despiadada se impregnó en las ventanas y en ese trozo de metal estúpido, el palo de golf.
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