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13 octubre, / Nadia Muela

EL JARDIN DE LAS ESTATUAS II

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El calor de ese verano del 2010 fue infame. Por donde quiera que uno mirara al horizonte, la ciudad y los cerros que la rodean se veían como esas ridículas estampitas dizque 3-D, sensación ocasionada por la alta temperatura. La estúpidamente alta cifra que marcaba el termómetro, no fue impedimento para la diversión.

Contaba yo con quince años, y estaba terminando la secundaria. Por supuesto mi mundo era mi familia, mis amigos y el constante deseo de ser muchas cosas cuando grande. Empezaba a surgir algo entre Gerardo y yo, nos conocíamos ya desde hacía tiempo, pues su hermana Tania es mi mejor amiga, y como mis padres conocían desde hacía tiempo atrás a los suyos, la relación fue permitida, aprobada y hasta aplaudida.

Era tan lindo, rosas por aquí, allá, acullá; bombones, chocolates, caramelos, idas al cine, a cenar, sorpresitas en la escuela, etcétera. Todo mundo decía que era el novio perfecto y que yo me había sacado la lotería con ese muchacho. Mi familia siempre echaba porras tan elitistas, me felicitaban por haber conseguido un novio guapo por ser rubio, alto, atlético, con facciones varoniles, ojos de color azul, un chico que fácilmente puede pasar por extranjero; francés, inglés, norteamericano, quizá noruego.

“Alguien que te cela, seguramente te quiere”…

Desde niña me han enseñado que una se debe a los hombres; algún día me casaría con uno, por lo tanto, el propósito de mi vida después de la pubertad, era dedicarme a conseguir un buen esposo. Alguien con quien pueda casarme y salir en todos los periódicos, ir a todas las fiestas de presentación ante la sociedad, así como lo hacen papá y mamá. Alguien que tenga un título importante. Tener hijos rubiecitos, que vayan a colegios muy caros; hacerme amiga de las madres de familia, quizá llegar a ser la presidenta de la sociedad de padres. Enseñar a mis hijas a conseguir un buen marido y a mis hijos a ser buenos maridos y jefes de familia.
Así que cuando empezaron los celos, me sentía realmente amada, y además afortunada, pues no había tenido que ir mucho muy lejos para poder encontrar a mi príncipe azul.

Siempre me quería tener cerca, saber dónde estoy, con quién y qué hago. Era totalmente comprensible que me dijera cómo vestir, pues un hombre debe cuidar a su mujer, papá también le dice a mi mamá cuando su vestimenta no le gusta y cuando debe cambiarse de ropa. Tenía muy buen ojo, sabía cuáles de mis amigos tenían dobles intenciones conmigo, y de repente me daba cosa siquiera hablarles.

Mi vida era él…

“Una acción ¿vale más que la palabra?”

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© Nadia Muela

Un día nos peleamos, acostumbraba quedarse callado en esas situaciones, pero ese día explotó totalmente. La cosa fue que, quise quedarme a dormir en casa de Lucy, una de mis amigas, la cual no le agradaba mucho a Jerry. Lo comprendo, ella es, digamos, muy liberal, pero es mi amiga y la quiero tal y como es. En fin, discutimos un rato, el alegaba que no me daba permiso de ir a quedarme con ella, yo le suplicaba, y le argumentaba que sólo veríamos películas. Después, él me dijo que yo era, bueno, una de esas personas que venden su cuerpo, me dijo que era una puta, y que de seguro me revolcaba con otros hombres. No sé por qué dijo eso, el bien sabía que yo era virgen.
No se arrepintió de haberlo dicho, sólo se justificó. Hubo una ampliación de mi vocabulario, aprendí palabras como puta, pendeja, perra, cabrona; aprendí frases albureras y agresivas, nunca nadie me las había enseñado y menos lanzado directamente hacia mí.

“Love hurts”

La primera vez no tuve tiempo de reaccionar. Fue todo tan rápido, fue todo tan instantáneo. En un momento yacía en el suelo y el me miraba entre asustado y furioso. Empezó a llorar y me levantó, me abrazó y al despegarse y mirarme a la cara, hizo una mueca de espanto, mi nariz sangraba en exceso y mi boca era de color morado. Ese día dije a mis papás que me habían dado un balonazo en la clase de básquetbol.

Me sentía confundida, estaba herida, pero estaba también estaba dispuesta a perdonarlo, porque sé que yo tuve la culpa. Cuando uno tiene pareja debe ser fiel, no andar viendo el menú, como dicen las zorras.

Las demás veces fueron tonterías mías, traté de cortarlo porque yo no estaba acostumbrada a que nadie me estuviese golpeando como él lo hacía. Un día fui a parar al hospital, dijimos a mis padres que habíamos tenido un accidente en el auto, un frenón a causa de un bache en la carretera, y yo no traía el cinturón de seguridad.

Mi casa parecía florería todo el tiempo, mis amigas, mi madre, mis tías y las amigas de mi mamá estaban maravilladas con “lo mucho que Gerardo me quería y me respetaba”. Lo que yo quisiera, él me lo compraba.

“El hombre de mi vida”

La biblia dice que una debe llegar virgen al matrimonio porque es un regalo para el hombre indicado. Yo siempre respeté eso.

Gera me contó un día que, el ya no había respetado esa “ley”. Me propuso hacerlo con él. Estuvo insistiéndome mucho tiempo, yo me sentía muy incómoda y siempre buscaba un pretexto para no hacerlo con él. Cuando entré a la preparatoria, en la fiesta de novatos, el insistió de nuevo, discutimos dentro de la fiesta y le pedí muy enojada que me llevara a mi casa. Durante el camino no dijo ni una palabra, pero veía sus manos sobre el volante todas tensas. No me llevó a mi casa.

En lugar de irme a dormir, terminé en una cama de motel barato, de esos que se anuncian con luces neón en la carretera; estaba llena de sangre y desnuda. ¿Por qué la gente amaba tanto el sexo? ¿Por qué tanto maldito alboroto respecto al “placer”? yo no sentí nada bonito. Me dolía todo, grité con todas mis fuerzas y de nada sirvió, nadie me escuchó.

Esa fue la primera vez en la que realmente le tuve mucho miedo a mi novio. Ni siquiera cuando me golpeaba le tenía miedo, pero esto era demasiado. Yo no sé si lo amaba tanto, o simplemente era miedo. Teníamos ya tres años juntos, dos habían transcurrido llenos de abusos, golpes, había llorado hasta el punto de creer que ya no tenía lágrimas. Mis amigas de la prepa alardeaban sus conocimientos sexuales y el ya no ser vírgenes, pero eso era algo que a mí en lo particular no me enorgullecía. Me daba asco el sexo.

Así transcurrió la preparatoria, ¿quién iba a imaginar que la reina de generación tenía un novio que la golpeaba? Me dolía. Había noches que transcurrían en lágrimas, sollozos y resignación. No podía decir absolutamente nada. Mi padre había sufrido demasiado y no estaba dispuesta a decirle algo que lo lastimara. Mi mamá, bueno, ella sabía todo, pero “Gerardo, iba a ser un esposo que valiera la pena”. No podía creer nada de esto. Me resultaba difícil creer que esta era mi vida, pero a veces me consolaba con la estúpida idea de que esa era mi cruz.
Estaba completamente sola, en la duela de mi cuarto, llorando, sólo puppa se daba cuenta de que yo lloraba casi todas las noches, se me acercaba moviendo su pequeña cola, y su pelaje negro sólo brillaba con la poca luz que entraba en la ventana.

Un día simplemente no pude más.

Sentada en la esquina de mi recámara, viendo las paredes rosadas con el ojo que no estaba cerrado por un golpe causado por estúpidos celos de mi novio; de repente reposé mi mirada sobre el mueble de la televisión, donde tenía algunas de mis películas favoritas. Recorrí algunos títulos con la mirada, pero hubo uno que me llamó la atención de manera particular: Monster. Charlize Theron, bellísima, y Christina Ricci, una de las protagonistas de mis comedias favoritas: Los Locos Addams. Charlize interpreta a una prostituta que asesina a sus clientes y Christina es su novia.
Recuerdo que alguna vez me dio escalofríos el hecho de pensar en matar a alguien, aunque fuese por defensa propia. Pero ahora, la idea no me sonaba tan descabellada.

10726264_10152509736964315_1383385402_nMi vida estaba destinada a convertirse en una pasarela de fiestas elegantes, buenos modales, apariciones en sociedad con mi marido, hijos, celos, y golpes. Estaba totalmente perdida, yo no merecía esto, simplemente no sé qué haya hecho yo en otra vida para merecer esta mierda de vida. Ya estaba resuelto esto, me iba a casar con Gerardo, iba a tener una boda pomposa y de lo más estrafalaria; iba a tener nenes rubiecitos de ojos verdes por los que todas mis amigas me envidiarían; después, seria miembro de la sociedad de padres de familia de algún colegio caro al que asistan mis hijos; le seria completamente fiel a mi marido mientras él me pone los cuernos con no sé cuántas; sería la esposa perfecta del marido perfecto, la madre perfecta de la familia modelo.
Mi rumbo no iba a cambiar, estaba condenada a casarme con un hombre que definitivamente no me quería, me golpeaba demasiado, abusaba sexualmente de mí y cuando yo quedaba embarazada me obligaba a abortar. Por otra parte no quería cambiar mi estatus por las rejas de una prisión.
¿Qué puedo hacer?… pensé varios días con sus noches, me daba mucho miedo no poder salir de esta espiral de tanto dolor.

La luz vino hacia mí, las musas llegaron. Melpómene, la musa del terror catártico, vino hacia mí. Un vistazo me bastó. Gerardo era de estos chicos que alardeaban siempre sobre su auto y sus conocimientos automotrices. Siempre cargaba toda clase de sustancias para los motores, pero, las guardaba en botellas de Absolut, Kraken y Jägermeister, de esa manera en las fiestas sus amigos jamás le pedirían licor porque pensarían que son los anticongelantes, gasolina y líquidos para frenos, y cuando le pidieran esos líquidos, él diría que son licores.

Alguien alguna vez me había dicho que el anticongelante, ya fuera ingerido o inyectado, podría ser letal, creí que esa información era algo que no me serviría de nada.
Gerardo, como muchos chicos, tenía problemas con el alcohol y las drogas. A menudo me pedía que nos drogáramos y emborracháramos juntos. Ese día no fue la excepción.

Hice que un vaso de Kraken, combinado con algunas otras cosas, rindiera las 3 horas que estuvimos ahí. Atolondrado por el efecto del LSD, la marihuana y encima el alcohol, quiso tener sexo conmigo, pero no pudo. Lo llevé hasta su recámara, lo acosté, y le dije que no le perdonaba nada, y que me había dañado mucho, que lo odiaba. Dejé la botella de licor en su mesita de noche, y le indiqué que ahí había más por si tenía sed. Se durmió.

Salí de esa casa, me despedí de Doña Renata, iba temblando. Manejé hasta mi casa, subí a mi recámara, me encerré, me dejé caer en la cama y con un suspiro, me quedé dormida, pensando en que por fin se habían acabado todos mis problemas, viendo lo maravilloso que me esperaba del mundo, visualizando lo feliz que sería mi vida sin Gerardo. A final de cuentas, él siempre quiso una muerte tranquila. Ya ni siquiera lo visito en el jardín de las estatuas.

 Texto y Fotos: Nadia Muela

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