¿Qué respuesta puede haber ante una sociedad descompuesta y ante manifestaciones artísticas disfuncionales? Tarde era quizá, para tratar de enmendar las cosas… todo estaba roto, menos la voz.

En la ciudad de Los Ángeles, California, los clubs nocturnos eran en su mayoría, dominados por una ola de glam metal que hacía del aspecto visual (cabello fijado con spray, pantalones de cuero y mucho maquillaje) uno de los mayores estandartes de su movimiento, sin embargo, algunos otros bares y centros nocturnos angelinos, también eran asediados por muchas bandas punk (algunas sobrevivientes y otras de ellas, emergentes), llenas de un sonido denso y en algunas ocasiones, más lento de lo esperado. Ésta atipicidad californiana, no tardaría en trasladarse hacia otro punto del mapa estadounidense.

“Seattle… es actualmente para el mundo del Rock n’ Roll, lo que fue Belén para el Cristianismo” Sentenciaba la revista SPIN, a finales de 1992. ¿En qué momento tuvo lugar aquella propagación de sonidos que dio identidad a un movimiento rockero consecuente?

Así se veía la ciudad de Seattle a principios de los años noventa. El grunge también tuvo impacto en el desarrollo económico e industrial de la ciudad ya que atrajo a inversionistas.

A principios de los ochenta, Seattle no era una ciudad muy concurrida por las bandas de rock de la escena, de modo que las agrupaciones locales, solían organizar sus propias tocadas, vender sus boletos, cargar y enchufar sus instrumentos y hasta barrer el lugar una vez terminado el recital. Así se vivía el rock en aquella lluviosa y cuasi anónima ciudad.

Era momento de dar un paso más, era momento de terminar de apropiarse del sonido del sonido punk que se había adoptado, o mejor dicho, del sonido que había adoptado y arropado a las bandas de la región: se agregaron algunos acordes más, se ensució lo que ya estaba sucio, se desaprendió el rock and roll, se le escupió a lo podrido. Se creó una identidad… no, la voz no estaba rota: ¡había nacido el grunge!

Aquella generación de jóvenes seatleistas, tomó el espesor y la oscuridad del heavy metal; pero no sus adornos ni su virtuosismo; usó al punk como ADN y al pop como espejo de su inclusión, de su simpleza.

El primer club punk de Seattle fue el Opening Night y por ahí y por otros cuantos que comenzaron a abrir sus puertas, pasaron bandas como The U Men, The Mono Men, The Walkabouts y Tad.

Sería justamente el anonimato, lo que encendió la flama que devino en incendio por los rincones boscosos de Seattle y Aberdeen puesto que la cantidad de bandas activas se propagó como fuego y pronto, la región ardería en sonidos ásperos y en gritos de una desesperada generación x. Tanto así, que la cantidad de grupos que tocaban  y el rumor de cuan crudas, directas, explosivas y llenas de buena música, que resultaban aquellas presentaciones que se hacían tan solo en dicha área de Washington, comenzaría a atraer a algunos fuereños interesados en el movimiento. Con el grunge, Seattle, había dado a luz pues, a su hijo predilecto.

Para 1985, The Melvins  ya había logrado construir un sonido propio, al igual que Green River (como consecuencia de Malfunkshun, banda base para el grunge), pronto, comenzaría a hablarse también de Soundgarden.

Todo éste movimiento logró ser registrado en vinil por Bruce Pavitt, -quien fue director de la revista Subterrean Pop y cuando cambió su residencia a Seattle, su proyectó mutó a un sello discográfico y su nombre; a Sub Pop  en 1986 con Deep Six, que es una antología que contiene la esencia del movimiento grunge creciente en aquel momento.

EP debut de Soundgarden en 1987, en el sello Sub Pop.

Desde Aberdeen, alguien recibió una llamada de un tal Kurt Cobain, quien consiguió, además de una cita, dejar pasmados a los promotores que lo escuchaban a él y a su grupo Nirvana.

CONTINUARÁ…