Now Reading: LA RISA ZURCIDA DE ERIKA

Loading

LA RISA ZURCIDA DE ERIKA

svg62

Fotos: Nadia Muela  @Nadia_Muela

Con los años, había quedado atrás la sed de un mundo que acabó bebiéndonos. Nos dormimos en la euforia de un mañana sin cabeza, pero el hambre nos despertó.

Kilos de más, kilos de menos, más biberones, menos marihuana, más humanos que nunca. Entonces la vi.

A los 17 años, Erika huyó -buscándose- de un Torreón que prometía decadencia y que pronto se alimentaría de sangre. Un año antes, yo no había besado una sonrisa tan inocentemente descarada – que hacía pasear la mirada desde sus pecas a sus paliduchos pero firmes chamorros adolescentes- hasta que el vaivén del plan de estudios de la Preparatoria Venustiano Carranza, nos hizo tener en común una que otra hora clase, alguna hora libre, a nuestro amigo Rubén e intercambiar una que otra mirada.

8

De La Laguna a Saltillo, de ahí a Celaya y después al encanto de Aguascalientes.

Nos perdimos la pista más de un lustro. Ella aprendió a diseñar logotipos; yo a delinear defensas jurídicas. La encontré como refugiada más que como visitante, acá en nuestra tierra.

Me saludó gustosa pero exhausta. Nos abrazamos como si algo nos debiéramos, le robé un beso en el nombre de los viejos tiempos y salimos a caminar mientras empujábamos una carriola.

Nos pusimos al día, el suyo, había sido uno negro. Algo en ella se rompió, pero sus ojos grandes tenían un brillo que no le había visto antes, supongo que era su hijo lo que la mantenía en pie, aún cuando éste ni era consciente de ello. Tenía, sin embargo, Elías, unos ojos que son los más bello que haya visto.

Sin varo, las metas se difuminaban, con una soledad aprendida, el amor mutaba en mito. La vida le había repartido putazos, su marido también.

Una historia como tantas, excepto que se trataba de ella, de la amiga que iba soltando palabras que me caían sobre la piel, aquella que sin querer, tiempo antes me había enseñado a ser más seguro.

Mi flaca, frágil como su autoestima, se puso un placebo bajo la lengua, se agachó, se regresó a alimentar su síndrome de Estocolmo. Sólo una fuerza que ella no quiso tener pudo haberla detenido.

Despertó. El pequeño Elías aprendió a caminar, y la flaca también.

“Somos casi vecinos” decía el mensaje que me quemó más que los 39 grados de aquel miércoles. Su madre compró una casa en una colonia media fresona cerca de mi barrio. Reconocí su caminar a media cuadra, aún sin mis gafas.

– Ya no me voy a ir de aquí.23

– Yo tampoco, flaca.

Me aguanté las ganas de morderle los labios y la escuché. Recuperó su luz, su descaro, su cordura, se abrazó de mi cuello y del olvido. Regresó -para encontrarse- a un Torreón, que igual que ella se curaba de su decadencia y se limpiaba los residuos de sangre.

Mi empatía por ella crecía con la caminata, acabamos en un bar. La admiré, hice brotar su risa zurcida. Así, sin rodeos, sin escalas, con sus manos pequeñas y finas, portando zapatos de piso que me dejaban ver la delicadeza de sus pies, que contrastaba con la firmeza de sus pasos. Así, sin gota de maquillaje, imperfecta, desgarbada, divina, misteriosamente deliciosa, una hembra: guerrera, herida, entera. Rebasando con su energía, su propia femineidad. Ya no está rota, ya no estamos muertos.

svg

What do you think?

It is nice to know your opinion. Leave a comment.

Déjanos un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Loading
svg

Quick Navigation

  • 1

    LA RISA ZURCIDA DE ERIKA

A %d blogueros les gusta esto: