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10 agosto, / _Sandredg

Luces de Nueva York.

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“Somos víctimas privilegiadas, ricos pero sin valor, gordos pero hambrientos, entretenidos pero aburridos, fuertes pero sin poder, creando pero estando muertos, conectados pero solitarios…”

Entonces respira profundo porque sabe que todo se pasa, incluso esta mala racha, mala suerte no, es hipócrita pensar así; de los buenos momentos nunca se ha quejado, entonces no tiene por qué hacer lo mismo ahora que las cosas no están a su favor. No tiene otra opción que  tomar el velero a contraviento, es más difícil pero si sobrevives también es más valioso.

Y como toda persona madura, desayunó una rebanada de melón a las 5 de la tarde, se dio una ducha y salió de su casa. Estaba lloviendo y era como bañarse pero con agua natural de nuevo. No usa sombrilla, tampoco corre para no mojarse, de cualquier modo pasará, ¿para que exponerse a una caída en un charco mientras lo hace?, además de lo tonta que la gente luce cuando corre por no empaparse cuando ya está vuelto una sopa. Luego se sentó en una de esas mesitas que hay en algunos parques con un tablero de ajedrez a jugar con sus dedos como si fueran personitas esquivando el blanco/negro, lo infantil nunca lo va a perder, pensando en nada y en todo, desde cómo estaría su familia a nueve horas de distancia en cuestiones de salud, a sabiendas de que días antes ya estaban dándoles los Santos Óleos, hasta por qué una persona con bonita voz y amplia sabiduría musical no tendría un programa de radio. Un todo y poquito más nada.

Comenzó a vagar por lo que se supone son sus dominios cuando ya no supo dónde estaba, tampoco podía recordar su dirección ni mucho menos su teléfono con el que tiene tres semanas. Pensó en llamar a algún número pero los asustaría y no lo hizo. Media hora después recordó donde vivía porque reconoció las tiendas, también recordó que está tomando medicamento, que la cabeza le estaba explotando y que sólo había desayunado algo de fruta.

Entró a una fonda de esas que están en los barrios no muy seguros, de esas que están dentro de una vecindad. Compartían espacio porque no había más. En eso se escuchó una voz grave preguntando cómo iba la venta. Lo ignoró. Acto seguido se sentó con ella una persona de aproximadamente 60 años, vestido de mujer, maquillado como una, con una peluca rubia que contrastaba con su tono de piel más que morena. Era el hombre que habló al entrar.

Su mesa era para tres personas, sólo estaban ellos dos. Ella dijo “buenas noches” y le sonrió.

–          ¿De dónde eres?

–          De Zacatecas.

–          Se te nota, hija.

Cuando estás lejos de tu familia quieres abrazar al primero que te dice “hola”, como anotación. Prosiguió.

–          ¿Y qué haces por aquí?, no es tan bonita la zona, ya te diste cuenta.

Ella sonrió de nuevo.

–          Vine a un curso de un mes que se prolongó medio más. Quiero quedarme pero llevo una semana buscando trabajo y nada, ya me desesperé.

–          Aguanta, lo vas a encontrar, estudiaste, también se te nota, además no te ves “corriente” (como si fuera una marca) -así lo dijo-, para que no consigas algo pronto.

–          Ojalá, no me queda mucho tiempo.

–          Lloraste ¿verdad?, aquí no se llora de todo, hay gente muy “gandalla” que se aprovecha de eso.

–          Eso me dicen, soy muy confiada y no se me quita, la gente de aquí ha sido muy buena conmigo.

–          ¿Sabes de qué trabajo yo?, sí te imaginas, soy puta, no te asustes, es lo que es y no estoy orgulloso. Porque soy hombre y tengo esposa, y algún día la llevaré a un baile de la Sonora Santanera. Yo con mi traje y ella conmigo, nada más.

(Inserte cara ultraestúpida por no saber cómo reaccionar)

–          No te preocupes, no vas a terminar como yo. Mamando viejos de ochenta años por veinticinco pesos, si te va bien treinta. Nunca falta el que no quiere pagar o el que te da propina, a veces cincuenta.

(Habían callado a ella, la niña).

–          Provecho, hija, cena.

(El hambre se había ido, pero comió)

Terminó antes que él, dijo “con permiso, señor” y se levantó de la mesa.

–          Te va a ir bien, hija, no te desesperes. Llevas muy poco aquí.

–          Gracias, señor. Buenas noches.

–          Dios te bendiga, ve con cuidado.

No es creyente pero para ella una bendición de un desconocido siempre es bienvenida.

Y se fue sintiéndose una completa imbécil. Vacía, hueca, sin nada y a la vez llena de esa plática que quisiera no haber tenido pero pasó y no hay manera de ignorarla, tragándose las lágrimas porque sentía pena por ella misma de preocuparse por pequeñeces, de estar llorando todo el día quizá por un berrinche, tal vez para ella importante pero comparado con vidas que avanzan cronométricamente con la suya, sólo en otro espacio, lo que le aqueja es simplemente… nada.

“Todo eso hace difícil mantener la esperanza, alimenta la necesidad de miles de cerrar los ojos y hacer silencio para siempre, sin cura, sin compasión, sin nada de nada…”

 

 

Estuve como extra en una parodia malhecha de José Emilio Pacheco y por más que quise no pude salir de ella.

 

 

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