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4 enero, / Psicosonico

Sombras en tiempos perdidos

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Para Gala.

Ella era tan sencilla y necia que nada ni nadie le hacía cambiar su forma de ser. Vestida de mezclilla y tenis, Giselle iba conmigo a la escuela. Era casi invisible. A pesar de que se juntaba con el ala más reaccionaria de la prepa.

Todos hemos sido víctimas de la moda, todos hemos estado en la clásica búsqueda de la identidad.

Sin embargo ella, tan segura de si misma, con sus viejos Converse azules mugrosos y medio rotos; sus jeans y su sudadera que denotaban que no ansiaba más de la moda que un poco de comodidad.

Ahi estaba yo también en ésa época, ávido de conocer gente nueva que quitara de mi los tristes recuerdos de un amor pasado. Y entonces pudimos coincidir en una tocada que dimos pa’ los cuates de la escuela. El sonido y la técnica al interpretar nuestras rolas no era algo que pudiésemos presumir; en cambio, teníamos la actitud y la honestidad que a muchos grupos famosos les hace falta.

Yo, poseído por la pose del rockstar, me embriagaba en mi guitarra, sintiéndome tan seguro de mi, que no me importaba si para algunos fuese ridículo mi aspecto obscuro. El chiste era echar desmadre y sentirme todopoderoso; dueño de la situación ya que de mi vida por aquel entonces, no podía controlar ni siquiera la manera obsesiva de buscar el cariño y la aceptación de los demás.

Ahí estaba yo terminando el toquín, abriendo una chela y saludando a los cuates, envuelto en una lluvia de felicitaciones, críticas y fanfromhellismos si me permiten el adjetivo. Tuve que subir a una de las recámaras del depa en Azcapo para poder ir al baño y mezclarme entre la demás Banda. Fué entonces que de entre las sombras la vi; fajando con otro wey, tan segura de sí misma que me abrumaban sus miradas que lograba atisbar entre las sombras y la luz fluorescente que acondicionó un cuate para “ambientar” la fiesta.

Logré encontrar un momento cuando los dos esperábamos el turno en el baño para atreverme a hablarle, no sin dejar de recurrir de nuevo a mi pose rockstar y preguntarle si le había gustado cómo habíamos tocado; a lo cual respondió con esa seguridad “Se oye bien, aunque deberías de escuchar más música para que el sonido de la banda se nutra más”. Me recomendó escuchar “Sombras en Tiempos Perdidos” de Caifanes; cosa que lejos de recibirla como un sano consejo, fue más bien una mentada de madre; ya que por aquel entonces no escuchaba nada que no hubiese tenido al menos una pizca de seriedad y sofisticación europea. Terminó el pequeño encuentro sintiendo las miradas del wey que por entonces se sentía dueño de ella y que bastaría ese día para que se le acabara su veinte.

No bastó una semana para enterarme que ella iba en el grupo siguiente al mío y para ir a buscarla con tal de lavar mi orgullo que por aquel entonces estaba más que herido.

Fue así que comencé a conocerla medianamente ya que no hablaba mucho de ella y ni de su vida familiar. En cambio sabía escuchar. No le gustaba presumir tanto como por entonces lo hacíamos todos acerca de los conocimientos musicales o la cantidad de masivos a los cuales habíamos acudido. Le gustaba hablar de la vida, del porqué nos aferramos tanto a cosas tan mundanas y pendejas cuando podíamos simplemente olvidarlas y dedicarnos todos al hedonismo puro. Entonces llamó aún más mi atención. La veía toda. Su forma de hablar, su forma de vestir, su forma de escribir y de pronunciar los nombres de los grupos que le gustaban como si fuese locutora de radio. Comencé a idealizarla.

Es ése sentimiento de perfección que da el ver como a una chava le quedan tan bien unos tenis, un pantalón y una sudadera que junto con un walkman y toda su seguridad lo que me volvía loco; y lo mejor de todo es que yo también le gustaba. Algún tiempo después comenzamos a andar y pudimos llevarnos tan bien en un tiempo, que sin aceptarlo, la llegué a amar. Me gustaba casi todo de ella, excepto que le gustaran Los Caifanes. Fue una espléndida concubina en esos tiempos de descubrimiento carnal. Salimos más o menos como novios durante 6 meses. Parecía perfecto. Ella se enamoró y yo simplemente  no me atreví a aceptarlo y entregarme de la misma manera.

La vida no tiene una ruta por la cual llegar a la felicidad, ni tampoco por aquella época tenía la astucia para atisbar las señales que te avisan cuando la estás cagando.

A veces uno puede sentirse tan pendejamente omnipotente que te vale gorro todo. Y así la búsqueda de mi felicidad me llevó finalmente lejos de ella.

Hace algún tiempo platicando en el messenger, pude enterarme que se había casado y que ya era madre. Fué un shock para mi por que me avisaba que mis tiempos de adolescente habían terminado. Sólo entonces, valoré lo perdido. Comencé una etapa de rememorar las largas charlas sobre música, la pasión que logramos encender y a buscar ése tiempo perdido. Lo que me llevó a darle una oportunidad a ésa rola de Caifanes. Me volví fan del grupo. Incluso de aquellos que se lamentan que las pugnas internas hayan terminado con su historia y que luego se alegran por el reciente reencuentro, que por entonces, también sentía como mío.

Fué entonces que me encontré en uno de los conciertos que dieron los miembros originales, y ahí soltaron la rola.

Entendí lo que ella me quiso decir. Fue también un reencuentro con Giselle. Me ví ahi rodeado por gente con tantas lagrimas en los ojos como yo lo estaba. Sentí por unos minutos como éramos todos una hermandad. Ahí estuve yo siendo una de tantas sombras recordando con nostalgia aquellos tiempos perdidos.

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