A 74 años de su natalicio, pareciera que todo está dicho acerca de John Lennon: muchos lo siguen y lo seguirán idolatrando por el magnífico artista que fue; por ser fundador de una de las bandas más (quizá la más) influyentes y famosas del siglo pasado; por su sensibilidad, su activismo y su rebeldía; por su amor, su odio y por su rock and roll… en fin, es innegable que ha tocado las vidas de millones de personas y de ahí se desprenden cualquier cantidad de viajes individuales que, más allá de las luces y los escenarios, se yerguen y dan vida a las canciones. Es ahí donde prefiero encontrarme con John, en algún rincón oscuro de mi mente o de mis sentimientos para dejar que sea él quien lo ilumine con su voz, sus ideas y sus arreglos. Entonces nacen en mí, dos vertientes respecto al del Liverpool: la de su música y la de su impacto en mi vida.

Veo con hastío y con apatía, todo el villamelonismo creado y creciente alrededor de los Beatles y peculiarmente, de la figura de Lennon. No es afán o necedad de ir en contra de algo, simplemente prefiero la intimidad que me provocan piezas como Hold On o Isolation (ambas incluidas en el disco Plastic Ono Band en 1970) que, por ejemplo, She Loves You o Yesterday (compuesta por Paul)  que llegaron a cansarme porque las cantaban hasta en los festivales de la escuela. Crecí con ellas, sí, pero luego las vi siendo tragadas por el sistema y eso me friqueó.

Los Fab Four, fueron (son), un suceso natural en mi vida, algo que tenía que pasar por mis bocinas o audífonos. El momento trascendental llegó más bien cuando empecé a clavarme en la discografía beatle. El Sargento Pimienta me voló el cerebro, el White Album me hizo revalorar la música misma, me satisfizo pero eventualmente, me llevó a buscar más y más música. Al día de hoy, me queda claro que esa búsqueda me durará lo que me dure la vida y no me parece descabellado pensar que Lennon fue la chispa primigenia del incendio melómano que me quema lento y me vitaliza.

No puedo omitir mencionar, por supuesto, que la música de Lennon (dentro y fuera de The Beatles) me acercó (consecuencia, quizá) al trabajo de sus congéneres y amigos como The Rolling Stones, Jimi Hendrix, Bob Dylan, David Bowie, Frank Zappa, entre muchos otros. Tanto fue su protagonismo, y tanto así fue absorbido por el mercado, que llegó a mis oídos antes que figuras de la talla de Fats Domino, Little Richard o Chuck Berry, que habían empezado a trazar el camino mientras The Quarrymen estaba apenas en proceso de mutar a The Beatles.

Imposible me es también olvidarme de The Dirty Mac, supergrupo formado por el mismo Lennon en 1968, donde él, ocupaba el mismo puesto que en The Beatles pero esta vez haciéndose acompañar por Eric Clapton (que en aquél tiempo formaba parte de Cream) en la guitarra principal, Keith Richards (The Rolling Stones) en el bajo y Mitch Mitchel (de The Jimi Hendrix Experiencie) en la batería.

O qué decir de su encuentro con Frank Zappa en 1971, gracias al periodista Howard Smith, amigo de Lennon y Yoko Ono quien les ofreció a éstos, llevarlos a conocer a Zappa, luego de que les comentara que iba a entrevistarlo. John dijo admirar a Frank, así que aceptó gustoso. Se dirigieron pues a una especie de hostal en la Quinta Avenida de Nueva York donde Zappa y The Mothers of Invention (su entonces banda) se estaban hospedando y se preparaban para dar un recital.

Luego de intercambiar palabras ambos músicos,se convenció a Lennon y Ono de salir al escenario con Zappa y sus Madres. Hacia el final del concierto (serían las dos de la mañana), la gente empezaba a retirarse y de pronto, las luces se encendieron de nuevo y apareció la pareja junto Frank y su banda. La reunión fue registrada gracias al lente de la fotógrafa Amalie Rothschild, quien además se dedicaba a dirigir películas y se encontraba en el lugar con una cámara de 16 mm con la que pretendía grabar un documental acerca de la legalización del aborto, así que se metió a la habitación de sonido y usando un zoom, grabó poco más de veinte minutos de locura.

Los temas pueden escucharse en el álbum doble de John Lennon “Sometime in New York City”, lanzado en 1972.

El resultado de ambos sucesos, me hizo revalorar y ¿por qué no? identificarme más y más con su amor por la música.

Tanto me identifico con él, que más que verlo como una deidad rockera, como un genio pop o un astro distante, lo percibo como un humano más, como otro rebelde, como un espejo de la dualidad humana en la que el amor, el odio, la paz y la sordidez conviven en un mismo lugar: dentro del ser. Yo tampoco creo en dioses.

Heredero de Chuck Berry y de Elvis Presley, Lennon tuvo la gracia de (re)imprimirle frescura al rock and roll, se llenó de influencias y supo ser él mismo. Jamás fue perfecto, son historia sabida, los roces con sus compañeros de banda y también la agresividad con la que muchas veces manejaba sus conflictos personales.

En su música encuentro paisajes vívidos, atmósferas tan armoniosas como coléricas o envueltas en dolor (sirvan de ejemplo (Just Like) Starting Over y Cold Turkey para observar dicha ambivalencia). A fin de cuentas, todo versa sobre la sensibilidad, la interpretación y la transmisión de sentimientos. Ahí lo tenemos yendo del rock al folk y hasta jugando con el funk en muchos momentos de sus trabajos como solista.

Como melómano, me es inevitable regodearme entre los ritmos de John Lennon, como seguidor (o fan, aunque me caiga medio gordo el término), no me puedo limitar a los Greatest Hits y me quedo disfrutando, descubriendo y redescubriendo su obra y, como ser humano, le agradezco el empujón que me dio a no temer ser tal cual soy  (mi ateísmo salió del clóset en gran parte gracias a él) y a aceptar la vida con todo y sus altibajos, con la condición inalienable de disfrutarla, de hacerla arte y de experimentarla a plenitud.

Espero seguirte disfrutando / When I´m 74.