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4 junio, / Bárbara Santana

Noche de rock, blues, rancheras, tango y milonga con Ariel Rot y Coque Malla

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para Nelly

 

Muchos años tuvimos que esperar en México a Ariel Rot. Por fin anoche lo vimos desembarcar sus blueses, tangos, milongas y rocks en el Lunario del Auditorio Nacional.  La tarde se despejó para recibirlo acompañado de Coque Malla, líder de Los Ronaldos, otro grande del rock español.

Malla fue el encargado de levantar el telón invisible con La señal de su nuevo disco El último hombre en la tierra, seguida de She’s my baby. Tras dar la bienvenida y anunciar a “un compañero genial, el señor Ariel Rot”, dijo: “Quizás alguno de ustedes conozca ésta” y empezaron los acordes de Lo hago por ti. Siguió con El último hombre en la tierra y, después de una breve pausa para afinar la guitarra (pues aunque a veces la desafinación funciona, “cuando uno está solo en el escenario, no funciona”), Coque Malla, acompañado sólo por su guitarra, continuó con el arpegio valseadito de Berlín y se fueron colgando los suspiros en el coro de la sala del Lunario.

Hoy voy a empezar a construir la casa donde estaré

para toda la vida.

Voy a recorrer esta ciudad, voy a quedarme en Berlín

para toda la vida…

Se hizo el silencio que terminó con La carta. Dedicada a Miguel Malla, hermano y arreglista de Coque, siguió Cachorro de león, y en el puente vino la sorpresa de un solo de guitarra eléctrica en las manos maestras de Ariel Rot. “Tuve un sueño en el que Ariel Rot hacía un solo en mi canción”. Una moneda fue el tema siguiente y luego, para echarle limón a la herida, No puedo vivir sin ti y propios y extraños confesaban no puedo vivir sin ti, no hay manera…

“¡Mátanos a todos, Coque!”,se escuchó, “No sé lo que estáis diciendo pero me encanta”, respondió él. Cerró con Santo, santo y dejó el escenario envuelto en ovación.

Ariel Rot entró cargado de blues con Debajo del puente y Lo siento, Frank. “Muchísimas gracias. Bienvenidos. De verdad es emocionante estar aquí al fin, después de tanto tiempo, tantos intentos fallidos, tantas frustraciones, haber conseguido estar esta noche tocando aquí con ustedes.”

“Lo curioso de mi repertorio es que por alguna manera cósmica, siempre he estado muy influido por la música de su tierra. Una conexión astral, algo extraño. Canciones que me ponen entre la emoción y el rubor al cantarlas frente a ustedes porque yo coqueteo con vuestros géneros pero no soy un experto, soy un aprendiz” dijo a modo de presentación de la versión blues-ranchero de Baile de ilusiones.

Les voy a contar la historia de esta canción. Estaba un día en un club y me encontré con un señor que desentonaba un poco con el ambiente de los habitués, un extraño anacrónico. Y sacó de su chaqueta unos textos; dijo “Rot, me gustaría que le pongas música a estos textos que escribí”, y en ese momento el mundo empezó a girar muy deprisa y mi corazón también a latir muy deprisa porque era el mismísimo Joaquín Sabina que me entregaba unos textos termonucleares. Yo los llevaba en mi bolsillo y sentía que palpitaban. Me fui corriendo a casa y me puse a escribir esas dos letras sin poder dormir. Volví corriendo al día siguiente y Joaquín seguía en el mismo sitio del mismo bar y le dije “¿Podemos ir a algún sitio, donde te las muestro?” y fuimos al camerino. “Yo pensé que me ibas a componer un rock”. La escuchó y me dijo “Rot, nos vamos a forrar” y la verdad es que acertó, sólo que en un 50%. Y así nació Viridiana.

Y entonces fue la catarsis. Sin saber qué decir fue coreada con los corazones subiendo por la garganta. Rot se pasó al piano y sin dar tregua a las heridas siguió con Para escribir otro final

¿Qué estoy haciendo aquí,

sin entender por qué,

en un rincón que construí para los dos?

Y aunque no sé mentir

te digo que estoy bien.

El tiempo ya no juega a mi favor

para escribir otro final a esta canción.

Hubo un paréntesis para el baile con Dos de corazones, y la catarsis siguió al piano anunciada por las notas de She’s like a Rainbow que desencadenaron La mirada del adiós y el ruego te pido por favor una dosis de amor que nos parta en dos a los dos…

Otra pausa para bailar con Una casa con tres balcones acompañada por las palmas del público que se esforzaba por permanecer en la silla al corear “¡Bienvenido!”

La primera vez que llegué a Madrid fue en el año 76 y me llamaron mucho la atención los bares. Yo venía de una ciudad en la que no se podía salir a la calle, se hacía todo de puertas para adentro y de pronto me encuentro en Madrid donde todo se hacía en los bares. Toda esa alegría, todo ese bullicio, con el tiempo me fui dando cuenta de que tenían también un trasfondo de tristeza y de soledad. Era el nombre que tenía uno de esos bares: “Bar soledad”.

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Continuó el rock desolado de guitarra criolla con Muñeca rota, con todo y un solo magistral que sonaba a requinto de bolero, riff de rock y llanto de tango y blues. “¡Qué público gourmet esta noche!” Se desató el tango con Mucho mejor.

Rot salió del escenario y pronto se escuchó el coro “¡Oé oé oé oé, Ariel, Ariel!” Para el encore regresó acompañado por Coque Malla, cada uno empuñando su guitarra para recordar a Los Ronaldos con Guárdalo, y unos solos de Ariel Rot que volaban. Rock español para perder la cabeza. “Luego vinieron las rancheras”, Hace tiempo de Coque Malla y la guitarra eléctrica de Rot llorando al lado.

Siguió Dulce condena, Rot y Malla, el estruendo de un par de guitarras al unísono con el coro de cada centímetro del Lunario. “¡No se rindan nunca!”, concluyó Rot. Y en seguida nos estrujó la pobre alma con Me estás atrapando otra vez y sus inevitables lágrimas desbordadas para el momento del solo magnífico. En medio de la ovación, Rot volvió al piano: “Aunque no haya mar, parece que fue aquí en el DF donde acabaron mal el marinero y el capitán”. Cerró la noche en perfecto clímax con el corazón latiendo al ritmo de esa milonga que era la Milonga del marinero y el capitán.

Muchas más noches de estas para dos leyendas del rock en España y en español. El genio Rot inscrito para siempre en las páginas del rock universal.

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