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Palabra de Junkie (Tercera Parte)

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SEIS

“My eyes are blind, but I can see
the snowflakes glisten on the tree
The sun no longer sets me free
I feel the snowflakes freezing me”

Black Sabbath, “Snowblind”, 1972.

Dentro de todas las drogas que había probado, la cocaína era una que jugaba en liga propia. La sensación es salvaje y refrescante. Lo hace a uno fuerte, invencible. Por alguna razón, el consumirla emula cierta elegancia. En definitiva, era algo que mi ego disfrutaba porque mi nahual se manifestaba.

Quién iba a pensar que la suegra del Filos, para entonces ya muerta, era alguien que visitaba mis sueños durante incontables noches. Quién hubiera anticipado que, además de haberme dejado un legado de esoterismo, que me acompañaría el resto de mis días, iba a estar estrechamente vinculada a mi afición por la cocaína.

Recuerdo que en una de tantas ocasiones que visité a doña Ramona (suegra del Filos), para que me leyera el tarot, me explicó que todos tenemos un nahual. Según mi fecha de nacimiento, decía, el mío era un Lagarto. Algo propio de los Sagitario, como yo. El lagarto, decía la doña, tiene la cualidad de vivir muchas vidas en una sola, que no me extrañara que mi vida estuviera llena de cambios inesperados. Aseguraba que una de mis metas era auto explorarme. De acuerdo con sus teorías esotérico-pachecas, todos tenemos muchas vidas, se nos entrega determinado número de cuerpos para vivir distintas existencias, en máquinas humanas diferentes. Este cuerpo intoxicado mío, muy probablemente era la última de mis oportunidades. La idea era tan aterradora como excitante. Cuánto cariño le tuve a la abuela Ramona. Me cae que sí.

¿Cuántas vidas llevo siendo adicto?

No hay cosa que me guste. Un simple gusto no basta. Algo puede disgustarme o serme indiferente. Pero si algo me gusta, el siguiente paso obligado es volverme adicto. Ni la droga, ni la mujer, ni la música, ni el dinero pueden ocupar un lugar tan banal en mi vida como para solamente gustarme. Mi existencia toda, el sabor de mi vida, depende y está en manos de esos bellos factores. ¿Vivir sin pasión?  ¿Para qué?

El odio también era intenso. Cuando se crece en el barrio, se desarrolla una habilidad natural para aguantar el putazo recibido, pero también, para responder con dos. Ahí, en el culo de la urbe de una sociedad norteña y en vías de desarrollo, la gente juega a ser recatada. Sin embargo, la praxis de poner la otra mejilla, es utópica como el recato y la expectativa de la paz. Fue gracias al odio que, logré valorar los pedacitos de paz que algunas veces la vida me regalaba. El amor, ha de ser algo hermoso. Pero siempre he pensado que el ruido de aquí abajo, apaga la consciencia y sin ella, quizá el amor no pueda entenderse o palparse. Nos quedan pues, los pedazos y los pases. La eventual paz. El fuego de la carne, como suplemento del amor que nuestro ser no es capaz de tolerar. Si el bien y el mal tienen un mismo origen, cuando despertemos, podremos entender la consciencia o el amor. Pero eso no pasará hoy. Hoy la vida es caminar sobre el pantano.

Cuando tenía catorce años de edad, había tenido más acercamientos al odio que al amor. No importaba tanto porque la calle me había obsequiado carnalismo con mucha de mi gente. Las mujeres empezaban a interesarme más que nunca. Pero había una cuenta de odio que tenía que saldar de alguna manera.

El Filos ya me contaba muchas cosas. Yo estaba chavo, pero siempre tuve la cualidad de entenderme bien con gente mayor. Estaba en mi naturaleza. Siempre lo estuvo. Quizá como una forma de vincularme con el mundo. Una noche, el Filos me contó que la Claudia lo había torcido en la movida con otra ruca. Por poco se separan. Pero Claudia, como siempre, decidió ver lo que ella quería ver. Además, yo me había fijado que el Filos, tenía una habilidad especial para envolver a las personas. Una especie de elocuencia con un lenguaje no muy basto. Labia pandillera. Se las sabía de todas, todas. Yo estaba determinado a aprender todas sus mañas.

─ Total, mi Mau. En veces hay que saber cuándo doblar las manitas. Yo le dije a la Claudia, “Mire mija, yo sé que hice mal en dejar la Karla se estuviera las horas platicando en la fayuca conmigo, pero fíjese y nunca estuve solo, ai andan siempre el Mau, el Vicente o mi primo. Ahí está que las pinchis viejas chismosas que te platicaron, nomás te contaron lo más bonito. Tú sabes que sufrí un chingo cuando me dieron pa’ dentro en el botellón. Usté es mi reina y vamos a tener un chavo. Hasta cree que voy a cambiar eso por un chingao par de nalgas. ¿Qué pues, mija? Hasta parece que no me conoce. ─

─ No seas mamón mi Filos, yo sé que te atascas a la Karla casi todos los días en la casa de la Veintiuno. ¿Cómo vergas le haces para que te crean todo, cabrón? Como cuando le dijiste a la Karla que traías broncas con tu vieja, que era puro pedo, la pobre Clau contentota porque salió embarazada. Y de rato, tú nomás le dijiste a la Karla que tu esposa se estaba portando bien y que tú te sentías culpable y ella solita se te puso. ─ Le dije y se sonrió satisfecho, saboreando el efecto de su victoria.

─ Pos qué te digo loco. Uno se tiene que hacer de sus mañas. Uno es cabrón. Nomás a la familia no se le deja de cumplir. La jaina es sagrada. Yo a mi chaparrita no la dejo. Por eso te digo que hay que saber cuándo bajar bandera, mijo. Si las llevas de perder, aceptas que la cagaste en algo, pero no en algo tan macizo. Si sabes decirlo, siempre casca. Te digo porque yo he mirado que eres bien trucha. En todo estás y por eso te traigo conmigo. Ya va siendo hora de que remojes la brocha. De rato te picho una putita de las del Paulito’s. Ya ves que ahí le surtimos a varia raza.─ prometió.

Entre cabronerías, aquella era una charla llena de emotividad. Confianza. Mi barrio. Nos confiábamos muchas cosas personales. No me imaginaba que esa plática terminaría materializando una de las percepciones que doña Ramona tuvo de mi vida, con su supuesta clarividencia. Digo supuesta porque no me consta, aunque ahora que lo pienso, no hubo visión o lectura de tarot que no se me cumpliera luego.

Casi era hora de irnos a casa, y el Filos trató de cerrar la conversación con una invitación.

─ Oye canijo, te iba a decir. Ya ves que ya mero es navidad, y pues a cada rato sales de bronca en tu cantón. Ahí está muy ondeado el pedo. Si no quieres chingaderas, la Claudia y yo queremos que te la pases con nosotros. Vamos a ir con mi suegra, ya ves que ella te quiere como su nieto. Si quieres, ya sabes que eres como de la familia ─

Yo recordé que mi tío Paco iba a estar en la nochebuena con mi abuela, y de solo pensarlo se me revolvió el estómago. Siempre he sido por demás expresivo, así que la malicia del Filos no tardó en identificar que algo inusual estaba sucediendo. Empalidecí, me puse nervioso, me desconcentré, me tembló la voz.

─ Fíjate que simón, we. De hecho de una vez te digo que sí se arma.

─ Pues ya estás. Pero ¿Quiubo, qué? ¿Cuál es la tranza? ¿Traes una bronca choncha eda?

─ Nel, hijo. Lo que pasa es que va a ir un wey. Un tío. El vato no sabe pero se la tengo jurada. Donde me lo tope lo filereo al puto. Cuando yo estaba morrillo me agarraba a vergazos. Siempre se ponía pedote y luego iba a chingarme la madre. Esa es la tranza. ─ Respondí torpemente.

─ ¡Ay simón, wey! “me madreaba” ─ Respondió irónico. ─ Si no nací ayer, loco. A ti te madreaban a cada rato y nomás diste el estirón y en corto les rompiste el hocico a varios monos. Hasta a tu primo y eso que te lleva como diez años. Ahí hay pedo. Dime a quién hay que caerle en pandilla. Sin mentiras pinche Mau. ─ Dijo el Filos con esa determinación que yo bien le conocía. Muerto de miedo pero empujado por la adrenalina del odio, me animé:

─ Pues bueno wey, tráete otra guama y deja me forjo para contarte. ─ Le pedí.

─ Ahí está la guama, vato. Pero échame el churro. Primero me cuentas y luego te atizas ¿Qué rollo?

─ Pos pa’ acabar pronto. Mi tío está locote. Le gustan los morrillos. El culero vivía con su ruca y con mis primos, pero le gusta la peda y era bien culero con ellos, así que lo desafanaron al chorizo. A veces llegaba ya en la noche al cantón. Lo mandaban a mi cuarto que porque yo tenía más espacio. ─ contuve la respiración y continué. ─ Me abrazaba el pendejo, dizque porque me quería mucho. Yo tenía ocho años, hijo. Me daba besos en la boca el hijo de su puta madre. Me agarraba la verga. No te imaginas wey. Me cae que no sé cómo te la viste de culera en el bote. Pero esta madre es lo peor, cabrón. Nomás te voy a decir que de rato, el wey me la empezó a meter. Un día dejó de ir, yo ya iba para los diez. La familia sospecha que soy malandro. Desde entonces ese wey se me esconde. O no sé. Pero te lo juro que un día le voy a dar piso.─ Luché para contenerme, me salieron dos lágrimas. Ni una más. Me temblaban las manos.

El Filos se puso rojo. Como si le faltara el aire. Sujetó la caguama casi llena, y la lanzó contra la cortina de metal del local ya cerrado.

─ ¡Hijo de toda su puta madre! A mi carnal lo agarró un wey de esos. Mi carnal tenía 5 años y le pegaron el sida. Yo supe quien fue. Un cuñado del esposo de mi jefa. Con ese wey estrené mi primera fusca. Pero a este cabrón le va a ir peor. ─ Me abrazó y después me dio dos puñetazos ligeros en el hombro, en señal de camaradería.

─ No sabía ese pedo mi Filos. No sé qué decirte.

─ No me diga nada, loco. Mi carnalillo ya está con Dios y al otro wey yo lo mandé pa’ abajo. Como debe de ser. Al puto ese de tu tío le va a ir peor. Usté nomás acuérdese que usté es hombre. Eso no lo hace menos. Hay que tener muchos huevos para que te la ensarten y de todos modos ser macizo. Tú eres macizote, perro. Nomás que no te tiemble y a ese cabrón se la cobramos. ¿Te vas a abrir o qué?

El plan era simple. Visitarlo. Yo estaba incluido en la visita. Le diríamos porque habíamos ido a verlo. Nos turnaríamos para repartirle chingazos y le íbamos a cobrar la deuda. La cosa era que supiera que no debió meterse con alguien de la clica. Mi venganza y la venganza pendiente del Filos, que al parecer, no lo había dejado satisfecho.

El Filos se encargó de reunir a la gente necesaria. Nadie que yo conociera. Decía que no era buena idea que nuestra gente se enterara. Que si algo salía mal, mucha gente de la policía eran clientes suyos y que a nosotros no nos iba a pasar nada.

Fue un 23 de diciembre. El Filos me citó en una calle muy escondida y casi deshabitada. Él sabía lo que tenía que saber, aunque no me había contado su estrategia. Yo le había dado el nombre completo de mi tío, le dije dónde trabajaba y le di la dirección donde vivía con su nueva esposa y la hija de ella. A quien yo no conocía.

Me estaban esperando en una camioneta cerrada. Iban otros tres cabrones. Los tres bien ondeados. Se portaron amables pero se les olía una vibra bien maniaca.

─ Antes de irnos, hay que rezar un Padrenuestro, ¿no mi Filos, o qué? ─ Todos rieron sarcásticos. El de la voz, que era el chofer de la van, sacó de su chamarra, una generosa bolsa de cocaína.

Ahí nuestro Padrenuestro. Todos se dieron dos llavezasos. Yo me di cuatro. ¿Cuál miedo? Estaba listo. Pedí un cigarro. El Filos me encendió uno y arrancamos. Recuerdo que en el estéreo de la camioneta, sonaba Antología de Cariciasde Chicos Barrio. Con esa cumbia romántica de fondo, fue que lo vimos.

─ ¡Guachen, ese mero es el mono! ─ dijo uno de los tres personajes, cuyos nombres nunca supe.

─ ¡Pues como van, sobres! ─ Ordenó El Filos, y dos de los tres malandros bajaron de la troca.

Acto seguido, el Filos me da un bóxer para puños. Me lo puse en el derecho. El tío Paco con un trapo en la boca para sofocarle los gritos. Me vio, le sonreí. Cierran todas las puertas. Se sintió el jalón del acelerador.

─ A ver, hijito de la verga, ¿Te acuerdas aquí de tu sobrino? ¿Sabes para quién trabaja? Para mí, pendejo, para mí. Voltéame a ver, pedazo de mierda. Me platicaron que te gusta cocharte a los morrillos. Aquí el pedo es que ya no se va a poder porque mañana, si despiertas, ya no vas a tener verga. ¡Vas, Mauro, date gusto!

No me dijo dos veces, me poseyó un frenesí poderoso. Habrá sido la nieve, pero no sentí que le estuviera pegando de verdad. Sentía como si mi puño de metal chocara contra una base acolchonada. Aun así, el tío Paco llegó a nuestro destino, con dos dientes menos. Poco antes de estacionarnos, el Filos me detuvo.

─ Cámara mijo, no le dé tanto en los ojos que orita vamos a mirar una película.

Llegamos a un lugar cercano a donde me habían recogido minutos antes. Había una patrulla, dos policías recargados y obstruyendo los números de unidad del vehículo policial. Entramos. Otros dos locos, gente del Filos. Tenían en una silla a una muchacha que le calculé unos veinte años. Manos amarradas a la respaldo de la silla. Boca tapada con algún trozo de tela.

─ Dile a tu sobrino quién chingados es esa morra, culero. ─ dijo el Filos.

─ Es la hija de mi señora. Perdóname mijo. No lo hice de mal. Ni me acuerdo de nada. Era la pura borrachera. Ya sabes que siempre te he querido mucho. A ella no le hagan nada ─ Sollozaba el tío Paco.

Me le quise abalanzar a mi tío, pero dos de los guarros amigos del Filos, me detuvieron porque él les hizo una señal con la mano. Fue él quien intervino:

─ No se me agüite, maistro. No le vamos a hacer nada que usté no haiga hecho antes. Qué pocos huevos, me cae. ¿Cómo está eso de que no te acuerdas? Orita hacemos una “dramación”, ¿O cómo se llama esa madre que hacen en la tele?  El chiste es que vamos a actuar. Nomás pa’ que se acuerde, loco ¿Simón? ─ Esa extraña costumbre en el argot de barrio de hablarle de tú y de usted al mismo tiempo a la gente.

La chinga se la pusimos prácticamente entre el Filos y yo. Los otros le dieron unas cuantas patadas, pero en realidad su trabajo era otro. El Filos supo detenerme al tiempo justo, para no dejarlo inconsciente. Mi tío era muy gordo y fuerte. Así que la madriza duró un buen rato para conseguir dejarlo indefenso, pero consciente. Me cae que yo pensé que a la chavita la llevaban nada más para asustar a Paco.

Primero le quitaron el pantalón a Paco, que ya tenía sangre por todas partes. Cabeza y rodillas contra el suelo. Uno de los malandros trajo un tubo de metal engrasado de la punta y me lo dio. Al principio, no lograba que le entrara. Pensé que no se iba a poder. Sin embargo, lo estaba viendo ahí, de nalgas frente a mí. Los recuerdos y las pesadillas me bombardearon. Hasta me acordé cuando se lo conté a la Yadira y no me creyó. En cambio, me puso varias cachetadas por andar hablando mal de su hermano que es más hombre que yo. Me detuve un instante, tomé aire. Volteé a ver a la hijastra.

─ Pos ahora le vas a tener que empezar a decir mamá a este wey, mija.

El sonido fue como cuando se destapa una botella de plástico a presión. Había entrado. Lo metí y lo saqué seis o siete veces. Confieso que disfruté el escucharlo gritar como cerdo. La sangre era mucha. Sentí que me sujetaron de las axilas. Alguien más me quitó el ya apestoso tubo.

─ ¡Ya estuvo, loco, ya con eso! Luego se nos petatea aquí mero. A este wey lo vamos a dejar vivo para que se acuerde también de esto, ira. ─ Esa fue la presentación de un sádico espectáculo que el Filos tenía preparado para el tío Paco.

Le arrancaron la ropa a la pobre morra. Las bofetadas, eran caricias en comparación de lo que venía. Le mordieron los pezones. El izquierdo se le puso morado y le sangraba. Dos de los malandros se turnaron para penetrarla. Me invitaron a participar. No pude aceptar porque, naturalmente, me vi reflejado en esa chica. Aunque el delirio del momento, me hizo verme tentado, el hecho de verme en ella, me hubiera impedido conseguir una erección. De modo que, mi contención derivó de una imposibilidad más que de la bondad.

Eh Filos, ya estuvo, el pedo era con este wey. Dije en tono de súplica.

─ Usté cállese el pinche hocico, baboso. Que yo sé mi cuento. Ya no hay pa’ tras. Dios perdona cuando hacemos lo que tenemos que hacer. Nomás. ─ Justificaba el Filos.

En menos de cinco minutos, le hicimos mierda – digo hicimos, porque al final, fui… Soy tan parte de ello como todos- la vida a la pobre chamaca.

Me hicieron subir a la camioneta y me llevaron a una casa, cerca de la zona industrial. Minutos después, el Filos bajó de una de las patrullas que habían estado afuera de la casa de castigo del tío Paco. Vi que se dieron la mano el Filos y el Policía conductor. La patrulla arrancó enseguida.

Llegó la noche buena. Fue una noche entrañable. Cenamos carne asada. En realidad, asamos carne durante los siguientes cinco días. Cuando Claudia se metió a dormir. El Filos y yo nos subimos a la terraza con una grabadora. Escuchamos oldies en un mp3 que era novedad en aquél entonces. Fumamos marihuana en pipa. Nos dio el monchis, calentamos un poco más de carne. A eso de las 4 de la mañana, nos metimos unos pases de coca. Las últimas dos caguamas se quedaron casi llenas.

SIETE

─  Ya deje de pensar chingaderas mijo. Ya pasó más del año. Ya sabes que la morrilla y su jefa jalaron pa’l chuco. Ya sabes que tu tío se fue a Durango y además está malote el pobre wey. A nosotros nos está yendo a toda madre.

─ Simón, carnal. A ese wey que se lo cargue la verga. Al chile no me arrepiento. La que me cala es la morrilla. Pero pues como dices, era lo que teníamos que hacer, ahora ya ni pepe ¿edá?

Mi tío murió de cirrosis poco más de un año después de nuestra visita. Su muerte es un alivio y es una muerte que la siento mía. Jamás he sentido remordimiento. A veces pienso que debí meterle ese tubo más veces. Luego pienso en su hijastra y siento que estamos a mano. De la chava no volví a saber nada. Esa venganza cambió mi vida para siempre. Yo creía que los cogidones que me ponía mi tío, habían acabado con mi infancia pero, fue hasta que me desquité, cuando sentí que de un momento a otro, todo rastro de pueril inocencia que hubiera quedado, se fue para siempre. El tango del universo siguió sonando y la vida siguió bailando.

 

 

 

 

 

 

OCHO

Nadie me había explicado la marihuana de mejor manera, de la que lo hizo el blues. Siempre tuve la inquietud de averiguar qué era eso que mis oídos encontraban tan atractivo en el rock. El blues también supo dar fe de eso. Tenía yo 16 años. El Filos había decidido entrarle a vender discos piratas. Discos quemados. A Hendrix lo conocía nomás de nombre. Había leído de él en varias revistas. Pero no lo pasaban en MTV. Era muy viejo ya. Así que cuando llegaron algunas copias de copias del Are you Experienced? No dudé en quedarme con una.

Pos que dicen que éste wey era bien pacheco. Pos que me forjo. No vaya yo a faltarle al respeto. Al cabo ahorita tengo la casa sola pa’ mi. Fueron Red House y Remember, los dos tracks que más me volaron el cerebro. Era magia, era el secreto de la droga abriéndose y cayendo ante mí. Estaba encontrando una raíz. Musical y espiritual.

But first, are you experienced?”. Preguntaba Jimi durante las últimas vueltas que daba el disco. No, no lo estaba. No hasta entonces. Ese hombre sacaba colores de su guitarra. Casi pude tocarlos, pero definitivamente, esos colores me tocaron a mí.

Todas las noches me sentaba con la misma grabadora, al filo de la puerta de la cocina, para que el olor a hierba saliera al patio. Ahí estaba puntual, todavía con mi playera del uniforme de la prepa puesta. Porro o pipa. Me hundí en la suave pero ardiente profundidad del sonido. Entonces más que nunca. Ya no me interesaba más el Nû Metal. Tenía a los Rolling Stones, a Portishead, a Sonic Youth, a los Beastie Boys, a Tool, a los Stone Temple Pilots, a Black Sabbath. Era una locura. Un disco me llevaba a otro. No estoy seguro si hubiera desarrollado esta obsesión por la música sin las drogas. Creo que lo hubiera hecho de cualquier modo. O tal vez siempre estuve destinado para ambas cosas.

Fumar mota estando acompañado, empezaba a ser un estorbo. Todo el tiempo quería estar atizando con música. Incluso, entre clases. Cosa de irme a las gradas del campo de americano. Con una bachita y con los discman. O con mi guitarra tocando las dos o tres rolas de Nirvana que me había logrado aprender.

Siguiente parada, un nuevo círculo junkie, el mejor de todos: el de La Gente de la Onda. Siempre, sin querer, tuve la manía de clasificar y delimitar todos los círculos sociales en que me desenvolvía: los del barrio, los de la escuela, los del curso de inglés, mis primos de Torreón, mis primos de Gómez, etc. Y es que en cada uno, me desenvolvía y me involucraba de forma distinta, independiente. De cada uno, aprendía diferentes cosas. Distintas facetas de mí mismo saltaban a la superficie. La gente de la onda, era otra cosa. No solo eran junkies, eran melómanos, músicos, amantes de la literatura, rollers, B-boys, o uno que otro del taller de teatro. No todos estaban en la prepa conmigo. Algunos estudiaban los primeros semestres de sociología, comunicación, psicología o mercadotecnia. Todos teníamos una cosa en común. Guardábamos un respeto por la experiencia de las drogas. No se trataba solo de ponerse pendejo. Lo veíamos como una herramienta para aumentar nuestra sensibilidad, nuestra creatividad o nuestro ingenio. Nos gustaba ver la vida de forma distinta. Los parámetros nos quedaban chicos. Creíamos en cosas aborrecidas por la opinión general. Estos éramos nosotros, los que disfrutábamos la parte de la vida que la mayoría no se atreve. Al menos, no con nuestro desenfado. El hedonismo era nuestro lema no escrito.

Yo le seguía haciendo una que otra chamba al Filos, pero el insistía mucho al decirme que ya hora de que caminara derecho. Que él siempre fue bien burro pero que yo estaba como para estudiar una carrera. Yo jamás diría que el Filos es estúpido. Todo lo contrario, es uno de los cabrones más inteligentes que he conocido. Estratega por naturaleza, decidido, organizado, perspicaz, muy perspicaz. En todo caso, se puede decir que su limitante era ser un tipo desinformado. Eso no cambiaba el hecho de que fuera además, un líder nato. Sin embargo, se sabía atrapado en su mundo.

No hubo necesidad de que yo se lo dijera. Él sabía que en el fondo, yo estaba de acuerdo en la idea de comenzar a separarme del bisne. Incluso, fue él quien me consiguió mis primeros empleos legales. Fui repartidor, mesero, despachador de ferretería y con el tiempo, logré un buen puesto de trabajo en una cadena comercial. Todo gracias a él y sus conexiones.

Si bien, dejé de vender drogas, para nadie más que para mí, era sencillo mantener bien surtida a toda mi banda de la onda. Nos conseguía las mejores tachas, la mejor hierba, el mejor polvo. Cuando el cristal se puso de moda, nosotros lo llevamos a las fiestas primero que nadie. Yo sabía bien que era una buena forma de compensarle un poco al Filos, todos los favores que me había hecho. Yo le ponía en bandeja a muy buenos clientes. Gracias a él, mi seguridad no era demasiado problema hasta entonces. Varios de los dealers, resultaban ser de mi misma onda y grupo de amigos.

Crecí en medio de un ambiente perro. Hubo muchos madrazos. La vida era dura en mi barrio. La vida me daba treguas apacibles, entre un trip y otro, sin embargo, fue hasta mi época con la gente de la onda, cuando puedo decir que de verdad conocí el placer. La música y las letras tuvieron todo qué ver. Nos alentábamos los unos a los otros para seguir siendo funcionales. Por supuesto que varios quedaron atrapados. La Tere, pobrecita y pobre de mí. Mi Tere. Una mente brillante, unos ojos verdes preciosos. Ella estaba estudiando psicología. Quedó esquizofrénica. Se metía más ácidos que todos. Ella me había llevado a mis primeros raves. Perdí la cuenta de las veces que ella amaneció desnuda y entrepiernada conmigo en mi cuarto. Pocas cosas me han podido tanto como perderla. Su mirada un día se perdió para no volver. Tal vez hubiera superado el asistir a su funeral. Quizá hubiera hallado quietud visitando su tumba de vez en cuando. Le hubiera llevado algunos cactus, ella adoraba esas plantas. Decía que las admiraba por su resistencia. Decía que para ella el mundo era un desierto, que ella misma lo era. Siempre admiró la fuerza de un cactus, quizá de la misma forma en que yo la admiraba a ella. Yo los habría puesto en su tumba y le hubiera dejado poemas, una vez por semana. Pero su tumba era un sillón de su sala o su cama. El cementerio eran los ya inexpresivos rostros de sus padres. Ahí estaba, muerta en vida. De vez en cuando la visitaba y le leía algún cuento de Oscar Wilde o de Cortázar. En ocasiones llevaba mi guitarra y le cantaba Zona de Promesas de Soda o Polly, de Nirvana –su canción favorita–, esa era mi forma de tratar de limpiar sus sucias alas. Por primera vez en mi vida, sentí que era momento de detenerme. La dulce flor de las drogas, esta vez me arrebataba para siempre a un ser amado. Me pregunté si en el camino que elegí, existía algún retorno. No había sustancias ni sonidos ni poesía suficiente. Nada de eso tenía sentido sin Tere. Yo mismo carecía de sentido.

 

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