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6 diciembre, / Bárbara Santana

Calamaro al oído

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Este fin de semana llegó al DF la gira “Licencia para cantar” de Andrés Calamaro. El domingo fue la segunda y última fecha en la ciudad, y el cierre de la gira en nuestro país. A pesar de que la gente seguía entrando hasta veinte minutos después de las siete, el concierto empezó puntual. La primera sorpresa fue una nota firmada por Andrés en la que pedía con cariño y razón —aunque tajantemente— que el público suspendiera el uso de celulares y cámaras, que disfrutara el concierto sin preocuparse por subirlo de inmediato a las redes sociales:

“De una vez por todas hay que recuperar el placer de escuchar un concierto por el que pagamos una entrada no necesariamente económica. Nosotros los músicos nos sentiríamos bendecidos con el respeto de un público que se dedica a escucharnos cómodamente sentados, sin otra intención que disfrutar un momento que podría ser inolvidable”.

Bajo esa consigna se inició el concierto y lo comprendimos. Nos encontramos con un Calamaro distinto, no el que convierte teatros en estadios sino con el discreto y elegante figurín de pañuelo en el saco y armónica en el bolsillo; no era el Calamaro de las noches de rock que rompe la guitarra con “Los chicos” o “Alta suciedad”, sino el cantante de tango y milonga, que brindaba con el alma cada canción al oído, capaz de hacer el silencio más conmovedor, y acompañándose de melódica y pandero. Un Calamaro íntimo, que nos destrozó y volvió a remendar el alma como nunca.

La noche comenzó con “La libertad”, “Bohemio”, el legendario bolero “Algo contigo” de Chico Novarro, y “Ok perdón” que se enlazó con “Soy tuyo”. El público, a petición del grande, debía permanecer en su asiento, sin levantarse. Al principio parecía absurdo e imposible, pero avanzado el concierto comprendimos la intensidad de la contención, la catarsis hacia dentro, el desgarrarse silencioso del alma quieta.

“Siguiendo el camino del folclor argentino, Atahualpa Yupanqui le canta a la identidad, y ésta es ‘Piedra y camino’”, anunció Andrés. Tal vez no comprendas nunca, vida mía, por qué me alejo… empezó el contenido crescendo, con un puente de magistral piano a cargo de Germán Weidmer. Siguió para gran sorpresa del público “7 segundos”, recuerdo de Los Rodríguez con hermoso solo de contrabajo de Antonio Miguel. El final se ligó mansamente con “El día que me quieras” de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera, en un rítmico y suavecito tango.

Se interrumpieron aplausos y gritos con un piano contundente, balada tranquila para bailar muy de cerca: “Ansia en Plaza Francia” como jamás hubiéramos soñado, una cascada de piano en las manos de Germán Weidmer. Derretidos en nuestros asientos, tuvimos que reponernos rápidamente para el funk de “¿Quién asó la manteca?” y no nos cansábamos de aplaudir el piano volador: A ver qué voy a hacer para sacar adelante este bolero chacha… ajustó la letra.

“El siguiente es un tango grande”, anunció Calamaro, “Garúa es una lluvia finita”, explicó y se arrancó con “Garúa” de Aníbal Troilo y Enrique Cadícamo.

Garúa,
solo y triste por la acera
va este corazón transido

con tristeza de tapera.
Sintiendo tu hielo
porque aquella con su olvido
hoy le ha abierto una gotera.
¡Perdido
como un duende que en la sombra
más la busca y más la nombra!
¡Garúa! ¡Tristeza!
¡Que hasta el cielo se ha puesto a llorar!

Y el alma arrancada y por el techo del Teatro Metropolitan, y uno preguntándose si hay alguien que interprete mejor el tango que Andrés Calamaro. Para seguir con la bohemia al estilo bonaerense, siguió con “Cacho de Buenos Aires” de Cacho Castaña:

Un cacho de Buenos Aires
y tengo un sueño escondido,
cantar igual que Gardel…
Mi Buenos Aires querido,
cuando yo te vuelva a ver
no habrá más penas
ni olvido…

Si alguien lo podía creer o resistir no era yo. Parada de puntitas aun sentada en el asiento del teatro y tirando hacia abajo las mejillas para tratar de aguantar porque así era esta catarsis, más profunda cuanto más quieta. Y las uñas enterradas en la palma de los puños cerrados. Siguió sin pausa “La copa rota” y el alma ya no bajaba. ¡Mozo! coreaba el público azuzado por Andrés. Cerró este clásico puertorriqueño con él en la armónica y el público estalló. Sin esperas siguió el recuerdo de José Alfredo Jiménez con “Que te vaya bonito” y el público en el coro cantaba como en íntima borrachera ¡Cuántas luces dejaste encendidas, yo no sé cómo voy a apagarlas! y al terminar, Calamaro se inclinó para besar el piso del escenario del Metropolitan como cariñoso gesto hacia México.

Continuó con “Los aviones” en un delicioso jazz. Fue el momento de presentar a la banda, tres músicos: Germán Weidmer en el piano, Martin Bruhn en percusiones y Toño Miguel en contrabajo. A ritmo de bolero y con ganas de bailar empezó “Tuyo siempre” y siguió una ranchera de piano “El tercio de los sueños”. “La siguiente es ‘Carnaval de Brasil’” advirtió Calamaro y empuñó la armónica. Cedió el micrófono al público para que lo ayudaran a cantar el coro antes de un nuevo puente de armónica que casi nos hacía llorar: Tristeza não tein fim… Convertida en bolero despacito, siguió “Para no olvidar” y se animó a romper el montuno, aceleró y se echó algunos pasos de baile. Acompañó a Weidmer y a cuatro manos siguieron el baile. El ritmo siguió con “Estadio Azteca”, una de las más coreadas de la noche con el público guiado y agradecido por Andrés, que cerró con los versos del Martín Fierro

Gracias le doy a la Virgen,
gracias le doy al Señor,
porque entre tanto rigor
y habiendo perdido tanto
no perdí mi amor al canto
ni mi voz como cantor.

El piano susurró las primeras notas de “Flaca” y en estallido el público acompañó de principio a fin esta versión bolero de uno de los más grandes éxitos de Calamaro, él en la melódica y las voces de todos con el incansable “Oh oh oh oh oh oh” para cerrar la canción en comunión como de rinconcito de bar.

Y el silencio dio paso a una armónica que presentó al piano para “Paloma”. Andrés cedió una vez más el micrófono al público y siguió en la armónica. Este momento legendario de sus conciertos cambió por completo. No fue el recitar los versos a todo volumen y dejando la garganta en el estadio, sino aguantar el llanto en un murmullo claro y contenido. Y ésas son las nuevas formas, las maneras inesperadas en las que Andrés Calamaro ha reconstruido la magia. “¡Hasta siempre, México!” se despidió antes de que hiciera silencio el piano. El público por fin de pie se desbordó en aplausos y gritos agradecidos.

Volvió Calamaro acompañado de Weidmer, Bruhn y Miguel para el encore. El piano reveló “Mi enfermedad”, nuevamente en un arreglo inolvidable. “¡Gracias, México!” cerró Andrés. Y tomó la melódica para la introducción de “Media Verónica”. Logró hacer silencio absoluto para continuar con la melódica en “Crímenes perfectos”. Y así terminó esta hora y media de íntima intensidad. Calamaro, seguido por sus músicos, paseó por el escenario con imaginaria montera en la mano para agradecer a cada sección del público los aplausos de pie. Inolvidable concierto de Andrés Calamaro.

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