[dropcap]L[/dropcap]a primera vez que morí tenía 5 años.
Estábamos en un bautizo en una hacienda a unos minutos de la ciudad donde vivo. Era un lugar campestre por donde pasaba un arroyo. El dueño del lugar nos dijo: “caminen por la orilla, por donde va el riego porque más adentro comienza lo hondo”. Hicimos fila, yo, como era de las más pequeñas e íbamos por estaturas, fui formada hasta la parte de atrás, según los mayores, que oscilaban entre los 13 y 14 años, caminábamos por donde nos habían dicho hasta que yo me detuve. Llevaban varios metros de ventaja y, como siempre, me importaron nada las instrucciones del anfitrión, vi agua más clara que en otros lados y quise cortar una flor, me caí y era la parte más profunda, si digo que pasó un minuto estoy exagerando pero no es nada grato recordar cómo el musgo se deshacía entre mis manitas junto con el lodo que traía consigo, sí, con flores acuáticas y demás hierba que yo no conocía, ni el color verde del agua que antes yo había visto clara, tampoco el sabor, un sabor terregoso pero con agua enmohecida que ni con la sed de cuatro mil soldados podría terminarse, yo tenía 5 años y por más que quería, no podía cerrar los ojos, veía todo, veía claro, entonces mi vista no fallaba y para mi desgracia, esas imágenes todavía están aquí, en mi cabeza. Es mentira que cuando estás tan cerca de la muerte piensas en Dios o en cualquier creencia religiosa que te hayan inculcado, en aquel entonces yo era católica y creía en un Padre, un Hijo y un Espíritu Santo, para nada me acordé de ellos, el exceso de agua y de lodo con color verde, el sentir que nunca pude tocar el fondo y que por más que quisiera tomarme de algo, todo se volvió de papel, deshaciéndose entre mis dedos, me hicieron olvidarme de cualquier cosa, no piensas en nada, bueno, piensas en lo desesperante que es seguir tragando agua, en menos de un minuto. Mis padres acostumbrados a que siempre fui protagonista, me veían salir y hundirme como si estuviera jugando, porque estaban confiados a que estaba con el resto del grupo. Algo hizo a Marcos levantarse y fue como si la mano de un Dios me hubiera alcanzado a jalar el cabello, cuando me tuvo, entró, me sacó y ya no supe de mí. Dicen que él mismo me hizo volver en sí, a partir de ahí yo ya sólo creo en las historias que los demás me cuentan.
Ahí, él ya era mi todo, ¡pero vamos!, me salvó de morir, después de eso, comenzó mi complejo de Electra.
La segunda vez que morí, tenía 26 años.
No ahondaré en más detalles, es delicado y no sé quién pueda llegar a leer esto. Todo se reduce a decir: “los excesos no son buenos”. Y como los excesos no tienen límites, pues yo estaba comprobándolo. No, no le encontré el tope a lo que mi estupidez podría alcanzar. Esa vez sólo algunos amigos supieron, los demás se fueron enterando con el tiempo. Yo seguía enamorada de mi padre, pero ahora también de mamá, la brecha generacional se disipa cuando la relación con tus progenitores es en exceso buena. De alguna manera, tiempo después, mi papá volvió a salvarme. Esta vez no metió sus manos al agua por mí, las metió al fuego, apostando todo por mi estabilidad, incluso sobre la suya. No ayuda a que mi cordón umbilical sea cortado.
La tercera vez que morí…
Esa está por escribirse. Soy escéptica, pero hubo un día en que un chamán me dijo que tendría tres muertes antes de la definitiva, sigo esperándola, sin miedo porque confío en que viviré para escribirla, también confío en que papá estará ahí para meter las manos al agua, al fuego, a la mierda si es necesario con tal de rescatarme.
A raíz de mi primera muerte, nacieron muchos miedos, a todo lo que tuviera que ver con agua, lluvia, mar, ríos, por mencionar algunos. Quizá es tiempo de quitarse el disfraz de los temores y afrontar lo que venga. Ya son 28 años y al contrario, las inseguridades van en aumento, lo que sea, sé que siempre habrá un hombre que me ayude a salir del fango en el que esté sumergida. Ese hombre, a sus sesenta años, tan bueno, tan hecho a la idea de mí, tan él.
“He was guiding me, love, his own way
now the man of the hour is taking his final bow
as the curtain comes down
i feel that this is just goodbye for now”.
Sí, creo que es tiempo de comenzar a nadar. Ya sin espera de que mi padre me salve.
Pero al final de siempre… “There goes my hero”.
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